28: Gemelos

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Naufragué tanto, que ya no sé cómo salir de este profundo océano que me está ahogando.

Manuel Ignacio.

{Capítulo 28}

Tenía que ser una puta broma.

Ladee mi cabeza volviendo a la realidad. El maldito de Asier había gemido mi nombre frente a todas las personas sentadas alrededor de la mesa, frente a Dagmar. La mente se me nubló casi al instante, ¿qué debía hacer ahora? El silencio fue sepulcral entre los presentes, incluso Asier dejó de hablar. Llevé mi mano derecha a mi boca y limpié un pequeño rastro de saliva que se había acumulado en mis comisuras, vi como él volvía a meter dentro del pantalón mojado su miembro—que ya a estas alturas se encontraba flácido—, y automáticamente dirigí mis dedos a mi bota.

Palpé el mango de la navaja y me mantuve reacia a cualquier movimiento, la excitación se esfumó rápidamente, dándole paso a la adrenalina, al miedo de morir. Sin saber muy bien lo que iba a hacer, miré el espacio entre las piernas de Asier y otro tipo más; gatee hacia la luz y cuando estuve a punto de salir para echar a correr, la voz de Dagmar me atemoriza. Me quedo estática, acuclillada, a escasos centímetros del mantel. Mi corazón rebota en mi pecho, mis labios se resecan y mi pulso se acelera haciéndome sentir que estoy a punto de desmayarme.

—Bien chicos, es hora de divertirse—volvió a repetir haciendo énfasis en cada palabra minuciosamente—. ¡Vamos Sophie! Sal de la madriguera maldita zorra.

Mis pulmones me suplicaron por aire, mis manos temblaron sobre mi vestido. Cerré mis ojos por unos segundos, en los que escuché el sonido que hacen las armas cuando están a punto de disparar y recé para vivir al menos hasta que hubiese cobrado venganza de ese hombre. Agarré con fiereza la navaja y comprobé débilmente el filo de su hoja. Una pequeña marca de sangre se hizo en la yema de mi dedo pulgar. En otras circunstancias me hubiese hasta dolido, pero ahora solo era el resultado de mi libertad.

Solté una bocanada de aire y como si se tratase de un teatro, salí de entre el mantel y quedé catatónica observando cada uno de los rostros de las personas que tenía alrededor. Les dediqué una sonrisa de medio lado, incluso hasta me atreví a provocar a El Rey con mi mirada, para luego cerciorarme de que hubiese una salida por la cual escapar. Era consciente de que si intentaba correr, aunque fuera la más veloz del mundo, una bala terminaría impactando en mi cuerpo, y no podía asegurar que esta vez no fuera en mi cabeza. Por otro lado, si utilizaba a uno de los presentes como rehén, podía obtener una vía de escape segura; la cuestión estaba en elegir al rehén correcto.

—No vas a volver a llamarme zorra nunca más—gruñí pasando por detrás de Asier hasta llegar al cuello de Dagmar. Presioné la navaja en su piel mientras expulsaba un poco de aire de mi boca para retirar algunos cabellos que se interponían entre los demás y yo—. Aquí me tienes maldito, ¿por qué no haces algo ahora?—me burlé haciendo más presión en su cuello.

En un abrir y cerrar de ojos todos los hombres que complementaban la mesa comienzan a apuntarme con sus pistolas. El corazón se me detiene por unos segundos, segundos en los que miré a Asier y comprobé que estaba haciéndole caso omiso a lo que ocurría. Sus ojos no me trasmitían ninguna emoción, al contrario, se encuentran tan apagados, tan distantes, que asustan. Dejo de prestarle atención cuando escucho la voz de Eiser ordenándoles a sus hombres que bajen las armas. Un suspiro de alivio abandona mis labios por primera vez.

—No eras tan rápida la última vez que nos vimos, Sophie—murmuró girando su cuello para poder observarme a los ojos. Con el movimiento provocó que su piel se abriera un poco más, sin embargo hizo amago de dolor. Eso me causó impresión, pero no pretendía verme como una perra débil, así que fingiendo que era toda una guerrera, deslicé mi dedo índice por su herida y llevé una porción de sangre a mi boca, saboree el sabor frente a sus ojos que se achinaron con una cínica sonrisa—. ¿Te gusta mi sangre, Sophie?

Slave Of You (Trilogía Slave, Libro 2)Where stories live. Discover now