Time Pon/ prt 1

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Mew suppasit se enteró del asesinato de Time pon, por los reporteros que invadieron su jardín. Fue el lunes por la mañana.

Oyó la puerta de un coche que se cerraba violentamente y se despertó asustado.

Buscó instintivamente la pistola, que ya no estaba bajo su almohada, y mientras hurgaba entre las frescas sábanas de algodón, recordó que la había dejado en su mesilla de noche. Vaciló un instante, pero luego cogió la Glock y sintió el metal frío en las manos. No atinaba a pensar en un buen motivo para echar mano de su pistola, pero se sentía bien empuñándola.

Se había dormido vestido con un pantalón de chándal y una camiseta, una vieja costumbre de estar preparado para cualquier cosa.

Bajó descalzo las escaleras y desde la ventana de su estudio miró para ver quién lo visitaba a tan temprana hora de la mañana.

El sonido sordo de una puerta de furgón deslizándose hasta cerrarse le hizo pensar que los visitantes eran más de uno. Con el índice, apartó un poco las venecianas para mirar.

Por su ropa arrugada y sus libretas, supo que eran reporteros de la prensa. Los de la televisión cuidaban mucho más su indumentaria y su aspecto. Se habían juntado tres furgonetas y dos coches en la entrada de su casa de alquiler frente a la playa.

Mew odiaba a los periodistas. Ya había alternado demasiado con ellos cuando trabajaba en el FBI.

Sonaron las campanillas del timbre, y él tuvo un sobresalto. Aunque desde su estudio podía ver el jardín, no alcanzaba a ver la puerta de entrada. Al parecer, uno de los reporteros más osados se había armado de valor para tocar el timbre.

¿Qué querían? Acababa de conceder una entrevista a propósito del estreno de Crimen pasional hacía dos días. Esperaba que ahora no pretendieran celebrar una entrevista colectiva. Fue hacia la puerta y entonces se dio cuenta de que llevaba el arma. Se imaginó los titulares: Ex agente se presenta armado a una entrevista. Guardó la pistola en el cajón de su mesa de trabajo y se dirigió a paso rápido a la puerta, sin apenas darse cuenta de lo frías que estaban las baldosas que pisaba.

Al mismo tiempo que el timbre repetía su odioso ding-dong, sonó el teléfono, genial, Los periodistas lo acechaban desde todas partes, Ya había tratado con ellos y tendría que volver a hacerlo.

No fue hasta que abrió la puerta que tuvo la intuición de que había sucedido algo malo y que quizá no debería hablar con ellos.

Demasiado tarde.




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