capitulo 3

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 —¿Alguien lo ha amenazado?

Estaban sentados a la mesa del comedor. Annette aclaraba la mayoría de detalles, pero gulf todavía tenía preguntas sin respuesta. Miraba a mew, pero no sabía con quién trataba. El llevaba puestas unas gafas pequeñas de marco metálico con una pátina gris que impedía verle los ojos. No eran gafas de sol, pero tenían el mismo efecto. Estaba sentado en un extremo de la mesa y miraba por la ventana. —No abiertamente —dijo mew, al cabo de un rato. Resumió lo que le había dicho la policía el día anterior, pero tuvo la precaución de no incluir el detalle de su libro abandonado junto al cadáver—. Soy perfectamente capaz de cuidarme solo — dijo, mirándolo—. ¿Qué haría usted, concretamente, para protegerme? —Su tono condescendiente irritó a gulf. Era evidente que había trabajado para el FBI. Todos los federales creían saberlo todo, pensó gulf, con un aire burlón. Aun así, necesitaba protección. Un loco había utilizado su libro como manual de instrucciones para un asesinato. Quizás el asesino tuviera sus propios planes, o quizá viniera por él. Aumentar la seguridad en aquella casa era una buena manera de comenzar. También era consciente de que un caso de alto perfil como ése podía dar un importante impulso a su empresa. —Fui policía durante quince años y he trabajado otros dos como guarda espaldas. Le aseguro que soy lo bastante competente para guardarle bien la espalda —afirmó. Era una espalda bastante sexi y agradable de mirar, pensó. El conjunto del envoltorio era atractivo. —No ha contestado a mi pregunta —dijo mew, que conservaba su rigidez—. ¿Qué puede hacer por mí que no pueda hacer yo mismo?

¿Era deliberada su tozudez? Seguro que sabía para qué servía un guardaespaldas.

—Usted ha trabajado para el FBI. Sabe perfectamente bien de qué me ocuparía. Contestar a la puerta. Acompañarlo cuando sale de casa. Cerrar todo por la noche y, si el tipo aparece, llevarlo a un lugar seguro. ¿Qué más quiere saber?

Mew arqueó una ceja y parecía a punto de decir algo cuando sonó el timbre. Se incorporó y gulf lo miró con cara de pocos amigos. —Diría que contestar a la puerta forma parte de mis obligaciones —dijo. El asintió, y sacó la Glock de la cartuchera que llevaba sobre su camiseta blanca. Annette casi parecía excitada, y win sacó su propio treinta y ocho cortos.

- mew no pudo evitar una sonrisa al ver el arma de win. —Qué monina la pistola —dijo, antes de que pudiera reprimir su odioso comentario.

Gulf desapareció por el pasillo en dirección al vestíbulo. Había sido policía quince años, y seguramente habría ingresado en la academia justo después de acabar el instituto. Tenía ese aire duro de los polis curtidos, un balanceo algo arrogante al andar, una estampa rígida. Casi despedía chispas, con esa especie de energía contenida, pero en torno a sus ojos cafés se marcaban las líneas de la risa, y llevaba el pelo demasiado largo como para ser un corte reglamentario. Tenía el aspecto de un rebelde, casi. Mew no pudo evitar preguntarse por qué habría abandonado el cuerpo siendo tan joven. Cuando se jubilará, no percibiría todos los beneficios, un detalle muy importante para la mayoría de los que trabajaban en los cuerpos de seguridad. Se propuso investigar la cuestión. Por otro lado, daba la impresión de saber lo que hacía en materia de seguridad personal. Si no lo aceptaba a él, tul mandaría a un par de agentes. A mew no le agradaba la idea de que el Departamento ocupara tantos recursos en él. Al menos hasta que tuvieran información fiable sobre el asesino. El problema era que no le gustaba estar sujeto a las decisiones de otros. La idea de necesitar un guardaespaldas lo ponía de mal humor.

Era perfectamente capaz de cuidarse solo, tal como le había dicho a Tul y ahora, a este otro tipo, gulf kanawut. Suspiró se frotó los ojos bajo las pequeñas gafas, resignado ante la idea de que tendría que ser gulf o un ex colega. No necesitaba las gafas para ver, pero tenerlas puestas también le permitía observar a las personas. Al cabo de un rato, gulf volvió al comedor con una enorme corona funeraria blanca y verde. Mew se puso pálido. Había visto esa corona antes. En su imaginación. El olor dulce y empalagoso de las flores le recordó todos los funerales a los que alguna vez había asistido. Eran demasiados, pero recordaba todos y cada uno de ellos. ¿Quién dijo que el exceso de abundancia de belleza hacía de la muerte algo más tolerable? La muerte, cuando era prematura, era algo que jamás podía perdonarse.

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