capitulo 2: cazador

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Cazador :

Tardó varios días en encontrar la tienda de flores adecuada. Habría sido mucho más fácil si le hubiera dado un nombre.

Las manos enguantadas abrieron el libro por la página que había marcado.

La fachada de la sencilla floristería le recordaba el barrio donde había crecido. Una ventana grande enmarcada por un toldo blanquiverde, y de los marcos de metal desbordaba

una variedad de rosas rojas como la sangre recién derramada, helechos que acababan de ser rociados, goteando lágrimas de agua.

Perfecto, hasta las rojas rosas y los helechos regados.

Abrió la puerta de vidrio y sonó una campanilla por encima de su cabeza. Lo acogió el aroma fragmentado de las flores, la tierra y las plantas, y un jovial «Hola, ¿en qué puedo servirle?»

Respiró la esencia de la tierra mientras observaba unos arreglos primaverales de tonos claros junto a la puerta. Esperó a que dos mujeres parlanchinas recogieran sus pedidos en el mostrador y salieran.

Uno de los arreglos llamó su atención. Era un ramo triangular diseñado con exquisito gusto, con unas maravillosas espuelas de caballero rosadas y lilas rodeadas por un conjunto de narcisos de un intenso color amarillo, claveles blancos y rosados y lirios color púrpura temblando bajo el aire acondicionado de la tienda.

Habría sido perfecto para el en cualquier otra ocasión, pero no para un funeral. Era una lástima.

Buscó otra página en el libro ajado. Aunque se había aprendido el pasaje de memoria, le agradaba ver las palabras. Le procuraban un placer que casi lo mareaba, como si leyera inclinado sobre su hombro mientras él lo tecleaba en el ordenador.

Lirios de Casa Blanca, claveles, rosas, moluccellas, dragones, gipsófilas, todas de blanco impoluto, enmarcaban el arreglo floral funerario, y unas hojas de plumosus brindaban el contraste con su verde suave, realzando la intensidad del blanco. Las flores, llenas de su fragancia, tan vivas, nunca deberían haberse instalado junto al ataúd cerrado, un ataúd que contenía el cuerpo inerte y descuartizado de una vida segada prematuramente.

—¿En qué puedo servirle?

Se giró y sonrió al joven dependiente que se acercó a atenderlo. Menos de treinta años, rubio. Afortunadamente, el texto no abundaba en la descripción de otros rasgos. Aunque había cientos de floristerías en tailandia, habría sido difícil encontrar la conjunción de escenario y víctima si el autor hubiera incluido más detalles. Había tardado seis meses en encontrar un camarero que se llamara time pom.

Su vuelo a salía en menos de dos horas.

—Sí, me gustaría comprar una corona funeraria. —Observó que los demás clientes salían de la tienda, charlando, ajenos a él. No tenían ni idea de que acababan de cruzarse con un dios. Esa duplicidad lo llenó de energía, y sonrió al simpático empleado.

—Lamento su pérdida —dijo el muchacho. En la tarjeta que llevaba prendida decía «Chris».

Time no había sido una gran pérdida. En realidad, ni siquiera había opuesto una gran resistencia, pero él no tenía intención alguna de comentar ese detalle con su próxima víctima.

Cerró el libro y describió las flores que quería para la corona. Chris intentó hacer unas cuantas sugerencias y enseñarle otros bellos arreglos, con abundancia de verdes, explicándole que las coronas habían pasado de moda. Él escuchó educadamente.

—Esto es lo que a él le habría gustado —explicó.

—Lo comprendo —dijo el, con una sonrisa cálida, y la dosis justa de simpatía en sus bellos ojos azules.




Era una lástima que tuviera que matarlo

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