TIME POM pt3

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Se dirigía a su habitación para vestirse cuando en la puerta sonó una llamada familiar. La policía.

Vaya, qué rápido han llegado.

—Señor suppasit —llamó una voz en sordina—. Señor suppasit, es la policía. Tenemos que hablar con usted.

Se volvió hacia la puerta. Todo había comenzado.

Se sentaron alrededor de la mesa del comedor, frente a la ventana con su imagen de postal que enmarcaba las aguas verdiazules del Pacífico. Desde ahí, a unos seis metros por encima de la línea de playa y unos buenos treinta metros hacia

el interior, todavía se podían ver las olas, una tras otra, con sus cabriolas, agitadas por un ligero viento. Había marea baja y la playa estaba vacía.

Mew puso dos tazas bien llenas de café caliente ante los inspectores y abrió la ventana. Respiró hondo y el aire penetrante y salado lo relajó. Tenía que estar tranquilo y alerta pero, sobre todo, tenía que saber controlarse.

Se sentó frente a los inspectores con su propio tazón de café entre las manos.

Lee Jackson era un hombre bajo y delgado y el color de su piel era igual al del café cargado de su taza. Su cara de póquer no conseguía disimular unos ojos inteligentes. Por su postura rígida y unos músculos que se adivinaban debajo de su

impecable abrigo, mew pensó que el tipo estaba en forma y se tomaba su trabajo en serio. Había volado desde Tailandia de madrugada para hablar con él.

Por lo visto, el Departamento de Policía de Tailandia no escatimaba medios. Era evidente que creían que el asesinato de Pom estaba vinculado a su novela.

Jim Barrow pertenecía al Departamento de Policía de Los Ángeles. Era mayor y, comparado con Jackson, el color de su piel era el de un fantasma. Tenía el aspecto del poli arquetípico, con un ligero sobrepeso. El tipo de poli que vestía pantalones arrugados y chaqueta deportiva demasiado ajustada con parches de cuero en los codos. Con sus ojos de color azul claro parecía no perderse ni un detalle, mientras hacía gestos con la mano como si tuviera un cigarrillo entre los dedos. Un ex fumador, pensó Mew, con un reflejo de simpatía.

Los dos le causaron buena impresión. Su instinto le decía que podía confiar en ellos.

—Se habrá enterado del asesinato de Time Pom —dijo Jackson, haciendo un gesto vago hacia la entrada de la casa. Los reporteros empezaban a irse.

La amenaza de los polis de detenerlos por violación de propiedad privada tenía su peso, pensó, lo cual le arrancó una ligera sonrisa.

—He leído la noticia en la página web del periódico de siam—asintió mew.

—Usted trabajó en el FBI.

—Seis años.

—Es probable que se ganara unos cuantos enemigos. Así fue en mi caso.

—¿Qué quiere decir?

—Creo que su vida corre peligro y que debería contratar un servicio de seguridad.

—Soy un ex agente del FBI, inspector. Tengo experiencia y sé cómo defenderme.

—Sí, es probable. Y es probable que todavía duerma con una pistola bajo la almohada. —Jackson asintió con la cabeza y percibió una ligera reacción en su semblante. Y continuó—. Ha sido un crimen brutal y va dirigido a usted. Seguro quehabrá reflexionado sobre las similitudes entre la víctima y un personaje de su novela.

—Le he dicho que he leído la noticia.

Era lo único que Mew podía hacer para mantener el contacto visual. No quería aceptar el hecho de que aquel asesinato tuviera algo que ver con él. Sin embargo, su instinto le decía todo lo contrario. Se trataba de un asunto personal.

—Yo no me apresuraría a sacar conclusiones —dijo el—. Si hay otro crimen, puede que este maniático decida imitar a otro escritor. Pero, si le tranquiliza que se lo diga, tendré mucho cuidado.

Maldita sea, la frase sonaba como un sarcasmo aunque no fuera su intención. Se habían puesto a la defensiva.

Jackson hizo una pausa antes de hablar.

—¿Conocía usted al verdadero Time Pom? ¿Lo utilizó para su novela?

—Me inventé el nombre —replicó el, sacudiendo la cabeza—. Había que ponerle un nombre al personaje.

—Hay una cosa que no le hemos contado a la prensa —dijo Jackson—. El muy cabrón dejó un libro suyo debajo del cadáver.

—¿Mi libro? —La voz de Mew era apenas un susurro. Tomó un trago de café, pensando que ese gesto de normalidad le ayudaría a ordenar las ideas.

—Crimen de oportunidad —confirmó el inspector—. Y como si fuéramos demasiado estúpidos para darnos cuenta, dejó subrayado el fragmento donde se describe el asesinato del Tine Upom ficticio. —La voz estaba cargada de rabia, el tipo de rabia que los polis se esfuerzan por controlar.





Su novela en la escena del crimen.

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