La sombra de la muerte

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«A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo,

dos corazones en un mismo ataúd».

 —Allphonse Lamartin—

La habitación estaba pintada con un color verde opaco, pero la humedad ocasionó que se viese casi gris, el espacio era reducido, suficiente para un par de camas plegables y una pequeña mesita de noche con una lámpara marrón claro, la iluminación era escasa, aunque tenía una ventana con unas cortinas antiguas.

— ¡¿Cómo te sientes?! —preguntó Boa mientras quitaba las sabanas que cubrían el cuerpo de Aíma.

—Como si una loca gritara a mi odio—refunfuño tratando de cubrirse nuevamente.

— ¡Amo tu dulzura matutina, Aí! —contestó Boa sonriente.

— ¿Aí? —preguntó la pelirroja confundida.

—Sí, diminutivo de Aíma.

—Ahórratelo o lo que disminuirá será tu vida—le amenazó levantándose de la cama, usaba una gris con tirantes finos.

—Pensé que estarías emocionada—dijo Boa y se sentó en la pequeña cama.

—Lo estoy, pero si me vuelves a decir Aí, me veré obligada a desfigurar tu linda cara—respondió Aíma con una amplia sonrisa.

Kevin irrumpió en la habitación como de costumbre, sosteniendo una bolsa de papel con un logo, uno que Aíma conocía a la perfección, pues le tocó dibujarlo en muchas ocasiones. La pelirroja dudó un instante, era raro que él le hiciera un favor, eran enemigos declarados desde que intentó asesinarla, aunque por Boa mantenían una especie de tregua.

— ¡Aquí está! —anunció Kevin de mala gana y tiró el paquete sobre la pequeña cama.

— ¿Lo mandaste a él? —preguntó Aíma entre risas.

—Sí, alguien tenía que ir por tu nuevo uniforme—respondió Boa sonriente, la sonrisa resaltaba sus hermosas facciones.

— ¡Qué lindo! La muerte me hace los mandados—se burló Aíma y Kevin la fulminó con la mirada.

—Que alguien me recuerde, ¿por qué no la he matado todavía? —escupió Kevin irritado.

—Somos una familia—susurró Boa con ternura, posando su brazo derecho sobre los hombros de él.

— ¡No! —chilló Aíma—. ¡No somos una maldita familia! ¡Métetelo en tu linda cabecita! —grito tomando su uniforme y abandonó el apartamento con premura. Boa estaba desquiciada, quería jugar a la casita feliz y la familia unida cuando eso era imposible.

La pelirroja golpeó una pared con su puño para deshacerse de la ira que le consumía; caminó hasta un centro comercial, se dirigió al baño para ponerse el uniforme escolar, quitó las pinzas que sostenían su cabello, ocasionando que su rojiza melena descendiera por su pálida espalda. Una mentira menos en su vida, aplicó brillo labial, salió del baño y caminó un par de cuadras hasta llegar a su destino, un instituto de educación, subió las escalinatas de la entrada con serenidad, sin prisa, pero sin pausa; era evidente que los daños la hicieron crecer, seguía siendo joven, tenía una actitud madura. Ya no era la niña buscaba divertirse, se había convertido es una mujer, que conocía la maldad que le acechaba y no estaba dispuesta a huir de su destino.

Ángeles caídos |Trilogía cielo o infierno  #2© |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora