Destinos

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 «El destino es el que baraja las cartas, 

pero nosotros somos los que jugamos»


—William Shakespeare—


—Lo siento, juro que no se cómo paso. Todo fue tan rápido—soltó Cinthya entre sollozos.

—No llores—le consoló la figura femenina sentada al otro lado de la habitación.

-—Es que, él se fue. Daniel escapó y no lo pude encontrar, salí a buscarlo, pero no tuve éxito. Querías que lo cuidara, me lo pediste y no pude hacerlo—añadió tristemente.

—Sí lo hiciste, él se fue porque así lo quiso. Necesita jugar el papel que le corresponde. Le salvaste la vida y con eso termina tu deber, no te sientas mal, ahora él tendrá que cuidarse o perecer en el intento—comentó la misteriosa voz femenina.

Daniel caminó entre los inmensos arboles, tropezando con las ramas y maleza, deseaba continuar, salir de allí prontamente. «Linda chica sin duda, amable aparentemente, pero el demonio siempre suele presentarse dulce e inocente, por lo que prefiero arriesgarme en el bosque a quedarme averiguando que sucederá» pensó Daniel mientras seguía su camino.

—Pudiste dejarme caer, cerca de un lugar transitado. ¿No lo crees Sunshine? —comentó mirando el cielo—. Pero no serias tú si después de todo, no quisieras castigarme—continuó diciendo. Lo único que se veía eran arboles, hierbas, maleza y uno que otro pájaro extraño. Por lo menos no le mando al desierto. Sunshine era increíble a la hora de castigar, sentó bajo un árbol, sus pies ya no podían sostenerle y el camino se volvía borroso ante sus ojos. No tardó mucho en perder la conciencia.

— ¿Está muerto? —preguntó un hombre bajito y calvo a la mujer que le acompañaba.

—No, todavía respira—respondió una mujer robusta de cabello castaño, que se inclino para tomar el pulso de Daniel.

—No parece de por aquí—añadió el hombre rudamente.

—Debe estar perdido—susurró la mujer con una mirada llena de compasión. —Debemos ayudarlo.

— ¿Y si nos trae problemas?

— ¡Podría morir si lo dejamos aquí! —insistió ella y le dedicó una triste mirada a su marido.

—Lo llevaremos a un hospital y que sea lo que Dios quiera para él—añadió el hombre y la mujer sonrió complacida.

El olor a desinfectante reinaba en el pequeño hospital rural, un par de enfermeras caminaban por los pasillos mientras el médico de turno atendía un extraño joven que minutos atrás habían dejado gravemente herido en la entrada del mismo. Su estado era delicado, pero con los cuidados adecuados podría recuperarse por completo, una de las enfermeras se lamento al verlo, puesto que la sangre cubría la mayor parte de su cuerpo y una terrible herida abarcaba la mayor parte de su espalda, ella lo atendió con cariño, imaginando las terribles torturas infringidas en él, luego de limpiar la sangre de su rostro pudo descubrir lo apuesto del mismo, el color rojo le invadió las mejillas, aún así terminó de atenderlo.

Ángeles caídos |Trilogía cielo o infierno  #2© |Where stories live. Discover now