Infernales

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«La amante que te concede su cuerpo y no su corazón, 

te regala rosas sin espinas»

—Anónimo—

—Lindo panorama—dijo la voz de un hombre a su espalda, uno que ella siempre reconocería, aunque ahora su tono era sombrío.

—Lo has hecho tú—dijo ella con seguridad.

—Sí, logré lo que siempre quisimos—susurró Kólasi y se sentó a su lado, sus ojos eran tan negro como un pozo de brea y llevaba puesta una túnica oscura.

—No es verdad—afirmó Aina.

— ¿Acaso no querías el mundo a tus pies? —preguntó él y miró sus ojos verdes.

—Si lo quería, aún lo quiero. Pero tú nunca me apoyaste. Pensabas que era una chiquilla soberbia e inconforme—susurró ella.

—Pero ahora quiero lo mismo que tú y vine por ti—aseguró secamente.

—No me creas tan tonta Kólasi—escupió Aina con una risa sin humor y se levanto del piso de la azotea—. ¿Crees que no sé, qué estás con esa ramera de sangre desde hace meses? No te importo ni siquiera saber que había pasado conmigo, luego de que todos me declararon la guerra.

—Te ofrezco un trono junto a mí, en el infierno, serás una de mis reinas. ¿Que mas podrías desear?

—Deberías saber que nunca me gusto compartir, ¿por qué lo haría ahora? Tu, yo y las demás idiotas que quieras tener en tu harén; no gracias. No le veo lo ventajoso—se negó la pelirroja, la propuesta que le hacía el hombre que fue su amor de toda la vida, era indignante.

— ¡Serás la reina del infierno, era lo que querías! —se quejó él casi molesto.

— ¿No entiendes? No es lo mismo ser la reina Elizabeth Tudor que ser Katherine Howard; porque si bien ambas fueron llamadas reinas, la primera fue poderosa y gloriosa, mientras que la segunda solo fue una zorra que compartía la cama del rey. Prefiero no tener titulo, que tener uno por ser una de tus zorras—le recordó Aíma, manteniendo la compostura.

—Te vas a arrepentir—susurró Kólasi y acarició el rostro de ella, que estaba mojado por la lluvia.

— ¿Ahora me amenazas, cariño? —soltó ella irónicamente, notando lo mucho que había cambiado.

—Es una advertencia lindura, solo una advertencia—añadió él y se fue. Poco después la tierra comenzó a vibrar las carreteras se abrieron en dos y los muertos vivientes salieron del mismo infierno.



— ¡Vete ya! —le ordenó Daniel a Boa, que descansaba en el piso del galpón.

—No puedo irme sin Aina—respondió ella preocupada.

—Tú te vas y yo la busco. La encontraré, lo prometo—le aseguró, iría por ella, siempre lo haría.

—-Si le pasa algo te abriré las entrañas con mis propias manos—aseguró ella y él asintió.

- — ¡Maldita sea! —exclamó Aíma mientras bajaba de la azotea por la escalera de emergencia; todo se movía, pero ella sabía que ese no era el peor de su problema. Sangre y putrefacción se sentía en el aire, porque puedes traer a un muerto de su tumba, pero debes curar su cuerpo también. Ella bajó, corrió, se tambaleo y llego hasta la puerta del escondite, puso la mano en el pomo y lo giró.

— ¡Aíma no entres! —chilló Daniel, para impedir que entrara.

Se escuchó una gran explosión, todo se volvió fuego y con el fuego vino la oscuridad, tan negra como la boca de un lobo. Boa vio las llamas, a un par de kilómetros y una mueca de horror se formó en su rostro, debía irse pronto. No estaba preparada para enfrentarlo que venía, aún no. Aunque deseaba quedarse y luchar con dientes, con garras, porque ella era fuerte; su mano estaba temblorosa, aún así sacó del bolsillo de sus jeans una navaja, la abrió y cortó su cabello hasta los hombros, la melena rubia cayó al piso y la tormenta se la llevó con ella. Nada desaparece del todo, solo se transforma, la chica en la oscuridad, había crecido diez años en solo cinco minutos; ya no era la misma jovencita alocada que deseaba llevar una vida normal, pero ella nunca fue normal porque su naturaleza la condenaba eternamente.

Los carros caían en grandes agujeros provocados por la subida de los sirvientes infernales, los niños en sus camas tenían miedo y con justa razón, porque los monstruos de sus pesadillas eran reales, estaban muy cerca reptado con malicia, para llegar a sus habitaciones.

— ¿Que quieres ahora? —preguntó Kevin con desagrado.

—Sabes dónde—comenzó a decir Sunshine, pero él la interrumpió.

— ¿En serio? Me llamas para preguntar por Daniel, después de que te traicionó para irse con un demonio.

—No es lo que piensas—aseguró ella con tono firme.

— ¿Segura? Entonces, ¿por qué no se lo pides a otro?

— ¡Porque confió en ti idiota! Por un momento pensé que yo te importaba—gritó ella—Pero veo que no—escupió ella.

—Sabes yo que tú me iría preparando para un funeral, porque nadie que se junte con esa psicópata del infierno terminará bien—añadió Kevin con una sonrisa torcida.

— ¿Por qué? —suspiró la rubia tristemente.

—Porque ella es dañina—respondió él hoscamente.

—No, ¿por qué nos odias a nosotros? —susurró ella, su rostro se veía frio al igual que sus ojos azules. Kevin se fue sin responderle.


Kólasi

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Kólasi

Ángeles caídos |Trilogía cielo o infierno  #2© |Where stories live. Discover now