El principio de la muerte

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«Encuentras mis palabras oscuras

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«Encuentras mis palabras oscuras.

La oscuridad está en nuestras almas ¿No crees?»

— James Joyce


Las gotas de lluvia caían inclementes, como si quisieran barrer todo a su paso, azotando rabiosamente contra las diferentes superficies, parecían estar llenas de odio, golpeaban los vidrios de las ventanas sin piedad, asustando a los niños y poniendo temerosos a los más humildes, puesto que su origen no era natural.

—Fea escena—resopló Daniel, observando el caos a través de los enormes ventanales de cristal.

—Pensaba que la lluvia era un regalo de Dios—respondió Aíma cruzándose de brazos.

—Lo es, cuando proviene de Dios y no del diablo—admitió el rubio, reconociendo la procedencia de la tormenta.

— ¿Entonces es una lluvia del infierno? —preguntó, sus manos temblaron, en el fondo deseaba que no fuera cierto.

—Sin duda lo es, contiene una enorme cantidad de azufre, por eso daña todo a su paso—añadió mientras tocaba el cristal de los ventanales.

—Te puedes—respiró la pelirroja pesarosa—, dime a quien debes proteger y te juro que no le tocaré. Te doy mi palabra de demonio, no lo haré—prometió Aíma sentándose junto a él, para dibujar círculos en el cristal empañado.

—Los demonios siempre mienten—le recordó el rubio, esperando con ansias su respuesta.

—Jugamos en bandos diferentes, Daniel—aspiró con fuerza el aire húmedo—. Lo que viene puede destruir todo, incluyéndonos, no me pongas en una situación difícil. Necesito que te vayas, quizás este sea nuestro hasta nunca o se convierta en un cálido hasta siempre—soltó ella con una mezcla de preocupación y tristeza.

—No me iré a ningún lado—soltó de inmediato, su voz resonó fuerte y firme—. Ni siquiera tengo un lugar a donde ir, no te haré daño—suspiró con pesar—. Realmente me importas, princesa de las tinieblas, no saldré corriendo, no lo hice cuando vivía, ¿por qué lo haría ahora? —le aseguró Daniel, quería hacerle entender, que se quedaría para acompañarla en los malos momentos.

—Te encariñas con las cosas equivocadas—Aíma soltó una risa falsa—. Sigue a un niño desvalido o un cachorro indefenso, pero no caigas en la trampa del diablo, porque, aunque parece indefenso robará tú alma y te hará suyo por toda la eternidad—logró decir ella, sus palabras estaban teñidas de dolor.

—No necesitas robar mi alma—su voz casi inaudible se hizo presente y sus miradas se cruzaron por un instante—, yo te la regalo si la quieres—susurró Daniel acercándose a su rostro, uniendo sus labios en un cálido beso. Había decidido quedarse a su lado, le daría la vida que merecía tener.

Ángeles caídos |Trilogía cielo o infierno  #2© |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora