Pricioneros

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Durante todo el largo viaje Edward no había parado de gritar y gruñir como una vestía salvaje tratando de matar a los policías

- Más vale que te calmes si no quieres morir — le dijo el policía que le tenía el pie en el cuello

Edward hace movimientos bruscos tratando de liberarse de las esposas, el policía que le tenía el pie puesto sobre su cuello levantó la escopeta y le dio un culatazo a Edward en la cabeza dejándolo desmayado. El auto aún sigue siendo conducido y no tengo ni siquiera la más remota idea a donde nos llevan, no sé cuanto tiempo tardamos en llegar solo sé que fue un largo recorrido. Hasta que el auto se detuvo y nos bajaron, al final nos llevaron a un cuartel muy apartado de todo, el cual estaba conformado por tres edificios situados en posición de triángulo, uno delante, el principal y dos detrás, —mire hacia atrás y me percaté de un estrecho camino lodoso rodeado de árboles era la única entrada y salida del recinto. Dos puertas de hierro daban entrada al edificio, entramos y fuimos separados en celdas diferentes. Toda la lluvia que había recibido más la frialdad de la oscura celda en la que me había tirado estaban haciendo que no para de toser y de temblar de frío. Un tiempo más tarde un guardia vino a la celda, la abrió y dijo:

- Vamos, el coronel Gray Connor le espera — me pone las esposas

Estaba totalmente aterrorizada mientras caminaba con mi cabeza media baja hasta la oficina del coronel, cuando llegamos a la puerta de la oficina el guardia tocó el timbre y luego una luz verde sobre la puerta se encendió. El guardia me tomó por el brazo izquierdo y bruscamente me empujó dentro de la oficina

- Aquí está señor — me sentó bruscamente en la silla que estaba frente a la gran mesa de madera donde se encontraba el coronel, un hombre calvo, con una gran nariz, un bigote que casi cubría completamente su labio superior y cejas tupidas de alrededor de unos cincuenta años. Era blanco, no era gordo pero tampoco delgado, de estatura mediana.

- ¿Es usted Isabel González? — me preguntó con una voz grave y fuerte mientras sacudía sobre el cenicero su puro.

- Si señor — le dije con la voz muy temblorosa.

- ¿Sabes por qué estás aquí?

Me quedo cayada sin decir absolutamente nada

— Expulsa humo de su boca y me vuelve a preguntar - ¿Liberó usted a un psicópata endemoniado del Hospital Psiquiátrico Memorial Emil Kraepelin?

Sigo sin decir nada, solo me quedo viéndolo

— Da un fuerte golpe en la mesa con la mano cerrada - ¡Que responda carajo!, ¿Liberó usted a Edward Westerly?

- Sí señor — le dije con la voz muy temblorosa

- ¿Sabe que su acto tuvo consecuencias muy grabes?, tan graves que liberó a un endemoniado que causó la muerte de tres personas incluyendo un niño pequeño, una ama de casa y un ex militar de la marina de guerra, el almirante Jhon Boltton, sin contar un cura y un guardia de seguridad que fueron encontrados muertos en la celda de Edward el día que fue sacado del hospital, ¿Es esto cierto? — me decía leyendo el informe que sostenía en sus manos

- Si señor

- Muy bien, mañana a las seis de la mañana será traslada junto con sus dos compañeros que fueron prisioneros a la corte a ser jugados por un juez, el juicio será un juicio militar, ya que han incurrido en el asesinato de personas que trabajaron para el ejercicio y la policía.

El coronel tocó el timbre y rápido el guardia volvió a entrar y me puso en pie

- No, no por favor — le gritaba llorando mientras me sacaba a la fuerza de la presencia del coronel

Una vez más me pusieron en la celda, no podía dejar de llorar tirada en el frío suelo de piedras de la celda porque sabía que la muerte nos esperaba al día siguiente y más con las condenas que solían dar los jueces en los juicios militares cuando se juzgaba a alguien por asesinato. El tiempo pasó y me trajeron la comida en una bandeja sucia, la corrieron por debajo de la reja y ni siquiera la toqué, no tenía hambre a pesar de no haber comido nada en casi veinticuatro horas

Demonios MentalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora