06 | El mirador

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06 | El mirador

Logan

Leah no va a clase el lunes. O eso creo, ya que no nos cruzamos en todo el día. Cuando vuelvo a casa, le pregunto a la abuela por ella y me dice que ha cancelado sus clases particulares porque está resfriada. Sé que no es verdad, pero no lo menciono. Me limito a encerrarme en mi cuarto a dibujar mientras intento no darle muchas vueltas al asunto.

Sin embargo, el tema está presente en el campus. La gente habla sobre Leah. Y, aunque hay muchos de su parte, también hay otros que no dicen cosas bonitas. Kenny y yo pillamos a unos tíos en los baños hablando sobre sus tetas. Se ríen, bromean y miran la dichosa foto, y apostaría lo que fuera a que han colaborado en su difusión. Eso es lo que hace la gente; aunque sea solo por curiosidad, la descarga y la reenvía. Así es como algo que nadie debería haber visto se vuelve viral.

Kenny y Sasha me contaron que, al parecer, la historia empezó en los grupos de WhatsApp del campus. No formo parte de ninguno porque paso de esas cosas, pero la mayoría de alumnos sí que están. Entró un número desconocido y mandó la foto de Leah acompañada de un mensaje repulsivo. Después salió y fue como si ese número nunca hubiera existido. Corren rumores de que utilizó una tarjeta de saldo y luego se deshizo de ella. A saber. La única conclusión es que, sea quien sea, además de ser un capullo, también es un cobarde.

El tema de las filtraciones me toca la moral. Porque ya me tocó vivirlo una vez. Y sé lo mucho que se sufre cuando algo que se suponía que era privado empieza a llegar a manos de desconocidos. Pese a eso, y aunque me resulta difícil, procuro mantenerme tan al margen como puedo.

Al menos hasta el miércoles por la tarde, cuando vuelvo del estudio y descubro que Leah aún no se ha ido a casa.

Cierro la puerta con cuidado a mi espalda. Desde aquí la escucho hablar con mi abuela en el salón. Son las siete y media pasadas, por lo que su clase debería estar a punto de terminar. En efecto, se despiden justo cuando estoy cruzando el pasillo, y entonces Leah sale del salón. Es el momento exacto en el que nos encontramos cara a cara.

Parece... desbastada. Lleva el pelo recogido en una coleta y tiene unas profundas marcas oscuras bajo los ojos que me demuestran que no ha dormido mucho últimamente. Va en leggins y sudadera, y rodea sus libros con un brazo. No tarda en bajar la mirada, avergonzada, como si mi presencia la hiciera sentir incómoda.

—Novata —la saludo, intentando actuar con normalidad.

Pasa junto a mí sin levantar la cabeza.

—Lo siento, Logan. Tengo prisa.

No dice nada más antes de marcharse.

Me quedo mirando la puerta cerrada. Se me ha revuelto el estómago.

—Ha pasado algo, ¿verdad? —me pregunta la abuela. Me giro y me la encuentro con una expresión preocupada—. Estaba rara esta tarde. Dispersa.

—La gente es gilipollas —ofrezco como única explicación.

Quiero irme a mi habitación y olvidarme del tema, pero me detengo cuando me lanza esa mirada de advertencia. Es como si me dijera: «Vas a darme más detalles porque soy tu abuela y la que manda aquí soy yo».

—¿Qué ha pasado? —insiste. Entorna los ojos—. No habrás tenido nada que ver, ¿no?

—No —la tranquilizo—. Un capullo ha filtrado una fotografía suya y ahora está por todas partes. Llevaba un par de días sin ir a clase. Me sorprende que haya venido.

—Me ha dicho que no quería dejarme plantada.

—Sé paciente con ella —le pido—. Enfrentarse a algo así no debe de ser fácil.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now