14 | La habitación de Leah

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La última en comentar este párrafo se queda con Logan Turner.


14 | La habitación de Leah

Logan

Esa noche salgo a correr. No tengo mucho tiempo libre entre el trabajo y la universidad, pero intento hacerlo siempre que puedo. Voy al paseo del río y lo recorro a buen ritmo mientras la música suena por mis auriculares y controlo el oxígeno que entra y sale de mis pulmones. A los cuarenta minutos, mis músculos empiezan a quejarse, y me concentro en el dolor físico mientras la brisa fresca de octubre se me cuela por el cuello de la sudadera.

Eso me ayuda a no pensar en el dolor de cabeza.

Me siento... saturado, como si mi cerebro estuviera a rebosar y no hubiera podido vaciarse. Sospecho que se debe a la falta de sueño. Estoy tan cansado que lo único que me apetece es dormir durante horas. Sin embargo, sé que, en cuanto me deje caer en la cama, mi mente volverá a torturarme. Regresarán la angustia, la ansiedad y todos esos pensamientos intrusivos que me mantienen despierto. Samuel. El tatuaje. Clarisse.

Clarisse. Clarisse. Clarisse. Clarisse.

Esa constante y asfixiante sensación de culpa.

Son las once pasadas cuando llego a casa. La abuela ya debe estar dormida, así que intento no hacer ruido al cerrar la puerta y después me quito la sudadera. El sudor frío hace que la camiseta interior se me pegue a la espalda. Voy directamente al baño a darme una ducha. Dejo la ropa sucia en el suelo y me froto la cara varias veces cuando me meto en la bañera y el agua caliente comienza a caer.

«Despierta, despierta, despierta.»

Últimamente soy poco productivo. Por más que me paso horas dibujando, borrando y rehaciendo líneas, no consigo nada que me guste. Todo lo que avanzo un día lo elimino al siguiente porque no me parece lo suficientemente bueno. Cuando se lo comenté a Will, mi jefe, me dijo que necesitaba darme un descanso, que tenía que parar. Pero no puedo. No cuando Samuel ya me ha llamado varias veces esta semana para preguntarme cuándo puede pasarse por el estudio.

No después de que le haya dicho que venga el lunes, aunque todavía no tenga nada.

Dudo que vaya a tenerlo para entonces.

Al salir de la ducha, me enrollo una toalla en la cintura y limpio el vaho del espejo. Me percato de lo cansado que parezco, de mis ojeras y mi pelo mojado y revuelto; no me extraña que Leah hiciera preguntas esta mañana. Kenny y Sasha me conocen mejor, pero ella es más observadora, y por eso es la única que ha notado que algo no va bien.

Por suerte, no quiso indagar mucho. Es bueno que no seamos tan amigos. No hay necesidad de que nos preocupemos el uno por el otro.

«Creo que lo que sientes es vacío.»

Dudo. Y después cojo el móvil y entro en la galería. Tengo una carpeta con vídeos y fotos de Clarisse. Me prometí que los vería cuando estuviese listo, pero han pasado diez meses desde que se fue y todavía no lo he hecho. ¿Cómo no voy a estar bloqueado con el tatuaje de su hermano si no me permito recordarla? Estoy huyendo de nuestra historia como un cobarde. No quiero pensar en ella. No lo soporto, no lo soporto.

Clarisse se merece que la amen y la recuerden.

Y yo le he fallado en ambas cosas.

«Creo que lo que sientes es vacío.»

Dejo el móvil y salgo del baño.

Una vez que he pasado por mi cuarto para vestirme, frunzo el ceño al ver que la luz del salón está encendida. Allí encuentro a la abuela sentada en su butaca. Tiene puestas las gafas de leer.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now