12 | Vacío

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12 | Vacío

Logan

Leah se sube al coche, cierra la puerta y se pone el cinturón sin pronunciar ni una palabra. Yo he bajado la música, y me tomo la libertad de observarla en silencio. Tiene el pelo rojo oscuro suelto alrededor de los hombros y los labios pintados del mismo color. Debajo de la chaqueta lleva un top ajustado de color negro. Presto especial atención a la piel que deja al descubierto.

Me quedo mirándola demasiado tiempo.

—¿Qué? —salta a la defensiva en cuanto se da cuenta.

—Nada —contesto como si nada. Me vuelvo al frente y enciendo el motor—. ¿Dónde has dejado a Ryan, por cierto? Me sorprende que no se haya ofrecido a llevarte a casa.

Se hunde en el asiento de brazos cruzados.

—No es asunto tuyo —gruñe sin mirarme.

—No me digas que ha resultado ser un imbécil.

—¿Todos los hombres sois igual de idiotas?

—No nos metas a todos en el mismo saco. Yo, por ejemplo, me considero bastante peor que los demás.

—En lo que a mí respecta, podéis iros todos a la mierda.

Me cuesta no sonreír. Nunca la había visto tan enfadada.

—Me alegro de que la cita haya ido bien —comento encantado.

—Logan, no estoy de humor para esto —corta la conversación—. Si tienes que dar un rodeo muy largo para llegar a mi casa, déjame cerca y seguiré por mi cuenta. No voy a hacerte perder el tiempo.

Mira por la ventanilla para no establecer contacto visual conmigo. Parece cansada, así que decido darle tregua con el tema de Ryan.

—No me importa llevarte a casa —me limito a contestar. No voy a dejarla sola en la calle a estas horas.

Después nos quedamos en silencio.

Dejamos atrás el río y el restaurante y nos adentramos en la ciudad. Al parecer, no soy el único que ha tenido una mala noche. Mientras ella estaba con Ryan, yo he tenido que aguantar a Amber y sus insinuaciones constantes. En cualquier otra ocasión le habría seguido el rollo, pero, después de pasarme la tarde encerrado pensando en el tatuaje de Samuel, no me quedaba ni un ápice de buen humor en el cuerpo. Menos aún ganas de tontear con ella. Apenas me he dignado a hablar durante la cena, así que no creo haber sido la mejor compañía del mundo, ni para Amber ni para mis amigos.

En realidad, me siento mal por ella. Por Amber, quiero decir. Mis amigos saben que a veces necesito mi espacio, pero ella ha venido solo porque yo dije que la invitaran. Cuando hemos ido a casa de Kenny y nos han dejado solos, creo que esperaba que me acercara a ella, pero he seguido guardando las distancias. Nos hemos quedado allí, sentados cada uno en una punta del sofá, durante casi una hora. Ni siquiera mis intentos de sacar conversación han servido para algo.

La noche más incómoda de mi vida.

Después la he llevado a casa y se ha bajado del coche sin despedirse. Me lo he tomado como una señal para que no se me ocurra volver a llamarla. Cuando Sasha me ha escrito un rato después, pensaba que me echaría en cara lo de su amiga, pero solo me ha preguntado si podía pasarme a recoger a Leah. He dicho que sí porque la idea de encerrarme en mi habitación ahora mismo me produce escalofríos.

Aparto la vista de la carretera para mirarla. Está frotándose los brazos sobre la chaqueta. Parece tener frío, así que subo la calefacción.

—Gracias —masculla tras aclararse la garganta.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now