20 | Arranques de valentía

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20 | Arranques de valentía

Logan

Dos semanas más tarde, vuelvo a casa después de trabajar y me sorprendo al escuchar la voz de Leah desde el salón. Viene a darle clases a mi abuela todos los miércoles, pero hoy he salido bastante más tarde del estudio, así que daba por hecho que ya se habría marchado cuando yo llegara. Nunca me había alegrado tanto de equivocarme. Necesito una distracción después del día de mierda que he tenido.

Cuando voy directo hacia allí, me encuentro a la abuela en su butaca y a Leah en el sofá con varios cuadernos esparcidos por la mesa.

—Eh —la saludo. La miro únicamente a ella.

Lleva uno de esos jerséis enormes que tanto le gustan y unos vaqueros oscuros. Se ha recogido el pelo rojizo en un moño descuidado, como hace siempre que necesita concentrarse. Siempre me ha parecido atractiva, pero desde que este rollo de «amigos con derechos» empezó entre nosotros la veo todavía más guapa. Seguro que lo nota en la forma en la miro, porque frunce los labios para no sonreír.

—Estaba a punto de irme a casa —me explica mientras se levanta para recoger sus cosas.

La abuela me lanza una mirada por encima de sus gafas metálicas. Tiene una pila de papeles en el regazo; imagino que algún nuevo capítulo de Bajo la piel que Leah le ha dejado leer en exclusiva.

—No dejes que se vaya sola, Logan. Ya se ha hecho de noche.

Me apoyo en la pared con las manos en los bolsillos.

—La dejaré en casa sana y salva —le aseguro.

Decido no especificar cuándo.

Leah sigue guardando los cuadernos en su maletín como si nada. Lo de no contarle nada a mi abuela sobre nosotros fue decisión de los dos. Sabemos lo intensa que puede llegar a ser y que mantenerlo en secreto nos pondría las cosas más fáciles. Sin embargo, a veces suelta comentarios que, si no fuera categóricamente imposible, me harían creer que está al tanto de todo.

—Más te vale ser educado con ella. —Esta, por ejemplo, es una de esas veces—. No te pases de listo, jovencito.

—Tranquila, Mandy. Puedo cuidarme sola —le contesta Leah con tranquilidad—. Logan sabe que tengo la situación bajo control.

Sonrío. ¿Eso ha sido una insinuación?

Esto se vuelve cada vez más interesante.

—Estoy seguro de que, si me pasara de la raya, Leah me obligaría a disculparme —le digo a mi abuela sin apartar los ojos de la pelirroja.

La mujer chasquea la lengua con aprobación.

—Es lo mínimo que espero de ella.

—Conociéndola, me haría ponerme incluso de rodillas.

Leah da un respingo y me mira directamente. El calor se le sube a las mejillas. No me molesto en reprimir la sonrisa. Mientras tanto, la abuela sigue sin inmutarse. Está pendiente de la novela como si nuestro cruce de miradas no le importase lo más mínimo.

—¿Quieres que riegue los geranios antes de irme, Mandy? —le pregunta Leah tras aclararse la garganta.

—Logan los regó esta mañana, cariño, pero gracias por ofrecerte.

Las macetas en cuestión están colgadas en la parte superior de la pared del pasillo. Leah tiene que subirse a una silla para alcanzarlas, a diferencia de mí, que soy bastante más alto y solo tengo que estirar el brazo. Por eso he decidido que me encargaré de regarlos a partir de ahora. Todo con tal de que no se arriesgue a partirse la crisma.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora