31 | A contrarreloj

176K 17.3K 19.4K
                                    

33 | A contrarreloj

Leah

Esa semana descubro que, aunque uno lo desee con todas sus fuerzas, no se puede detener el tiempo.

Logan y su abuela encuentran alojamiento en Weimar, Alemania, más rápido de lo que tenían previsto, así que Logan informa a la universidad de que podrá asistir al programa desde el primer día y compran billetes de avión para finales de la próxima semana. Eso nos deja diez días de margen que transcurren a toda velocidad. Aunque él está ocupado con los trámites y poniendo su vida en orden antes de marcharse, sacamos tiempo para vernos todos los días. Pasamos las noches juntos y yo procuro acompañarlo a todas partes, sobre todo cuando tiene que enfrentarse a alguna situación que sé que le costará especialmente.

—Entonces, ¿volverás? —le pregunta Will, su jefe, cuando Logan va por última vez al estudio para despedirse de él y de sus compañeros de trabajo.

—Estaré de vuelta para el próximo curso.

—A no ser que te enamores de Alemania.

—Hay demasiadas cosas que me atan aquí, Will —contesta Logan, y yo le dedico una sonrisa cuando me mira de reojo. Después Will le da un abrazo. Hay algo familiar en él, como si fueran padre e hijo. Quizá por eso tengan un vínculo tan fuerte. Logan nunca ha estado muy unido a sus padres, y me da la sensación de que ha encontrado una especie de figura paterna en su jefe.

—El trabajo seguirá siendo tuyo cuando vuelvas, chico —le asegura Will, que tuerce la boca en una sonrisa—. No creo que vaya a encontrar a nadie que quiera trabajar en un cuarto tan pequeño.

Después Will me abraza a mí también, alegando que estaba deseando conocer a «la chica de la que Logan no deja de hablar». Miro al susodicho con las cejas alzadas y él se frota la nuca, incómodo, lo que me hace sonreír. Debo contener las ganas de atiborrar a Will con millones de preguntas. Me asegura que puedo pasarme a saludar siempre que quiera, y, aunque la idea me encanta, no puedo evitar preguntarme si seré capaz de pisar este sitio una vez que Logan se haya ido.

Ahora todo lo que hacemos juntos se siente como una última vez, y eso me hace tener un nudo en el estómago, pesado, punzante y doloroso durante toda la semana. Me entristece pensar que, de no ser por eso, habrían sido unos días maravillosos. Ahora estamos juntos de verdad, sin límites. Puedo besarlo en el aparcamiento cuando viene a recogerme de clase, darle la mano si me apetece y dejar que él me pase un brazo sobre los hombros cuando estamos con nuestros amigos en el Daniel's. Cada vez que se refiere a mí como «su novia» delante de alguien, mi corazón da un saltito. Nunca antes nadie había parecido tan orgulloso al decir que sale conmigo.

Hace unos días, mientras estaba con él en su cuarto, vi que había colgado una ilustración nueva en la pared en la que aparecen dos personas, sentadas en el techo de una furgoneta, mirando la puesta de sol. Llevo desde entonces preguntándome si seremos nosotros. No he querido mencionárselo porque sé que se pondrá nervioso. 

Desde que empezamos a salir, Kenny se burla de él siempre que se le presenta la oportunidad. Y entonces Logan se cabrea, lo manda a la mierda y yo me río porque sé que en el fondo Sasha y él se alegran por nosotros.

El miércoles, justo un día antes de que se vayan, Logan y yo quedamos en dormir juntos en su casa para que a la mañana siguiente pueda acompañarlos al aeropuerto. Yo también tengo asuntos pendientes, por lo que le pido que me recoja un poco más tarde de la facultad. Al salir de clase voy directa al Daniel's. Cuando entro, veo a una chica rubia sentada en una de las mesas del fondo, esperándome.

Allá vamos.

—Hola —la saludo al llegar.

Linda alza la mirada hacia mí y traga saliva.

El arte de ser nosotros |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora