Capítulo dos.

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Isaac tragó saliva ante la imagen de las amapolas secas

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Isaac tragó saliva ante la imagen de las amapolas secas.

―Has cuidado muy mal de ellas ―le recriminó a su padre con un deje juguetón.

Lo observó sonreír. Isacc devolvió su atención a la ventana de inmediato, desde donde se podían observar los jardines de Mercury Lane, ubicado al sur de Greenwich.

―Últimamente llego tarde del trabajo y olvido regarlas ―explicó él.

Maurice trabajaba como transportista en una fábrica de textiles, por lo que a veces debía conducir rutas largas y extenuantes.

―El cardiólogo te pidió que bajaras un poco el ritmo. ―Isaac se volteó, agarró la silla por el respaldo y se sentó junto a su padre―. ¿Cuándo es tu próxima cita?

Maurice señaló la puerta del refrigerador, donde tenía un papel pegado con un imán. Isaac leyó la fecha y añadió en voz alta:

―Es en dos semanas. ―Cruzó los brazos sobre la mesa―. Le diré a Julian que me dé el día libre.

―No tienes que faltar al trabajo. Puedo ir solo. ―Se puso de pie para desperezarse. Abrió el refrigerador, agarró la jarra de agua y se sirvió en un vaso de cristal―. Mi corazón está perfecto.

Pero su confirmación no le permitió tranquilizarse: necesitaba que el cardiólogo se lo asegurara.

Su padre era su única familia.

No quería quedarse en silencio y darle paso a anécdotas dolorosas, pero su mente, que era más débil que el resto de su cuerpo, permitió una brecha por la que escapó el agrisado recuerdo de un rostro femenino. Con el paso de los años, su forma había ido cambiado hasta volverse borrosa. Hasta su voz se había difuminado. Ya no tenía recuerdos de su madre, aunque su abandono seguía doliendo trece años después.

―¿Por qué se fue mamá? ―le había vuelto a preguntar a su padre cuando faltaban dos días para cumplir catorce años.

Maurice intentó sonreír, a pesar de que la tristeza refulgía en sus ojos azules.

―A veces las personas no pueden quedarse en un lugar donde ya no sienten felicidad.

―¿Ya no nos quiere? ―achicó los ojos mientras intentaba reprimir su irritación. Le temía a la respuesta, pero al mismo tiempo la necesitaba.

Maurice agitó el cabello castaño de su hijo.

―Nos quiere, a su manera.

Isaac no lo entendió en ese momento; ahora, en su presente, tampoco. Así como tampoco le pidió más explicaciones. Camilla Beley había pasado a ser una extraña, una mancha en su memoria, desde que decidió marcharse de sus vidas. Si alguna vez la quiso, debió de tratarse de un sentimiento efímero, o tal vez se acabó marchitando al darse cuenta del daño que le había causado a su padre. Su marcha lo entristeció y, con el pasar de los años, eso debilitó su corazón.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora