Capítulo veintisiete.

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Aunque la entrada de la casa de Maurice tenía solo tres escalones, para Isaac se habían transformado en mil

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Aunque la entrada de la casa de Maurice tenía solo tres escalones, para Isaac se habían transformado en mil. Cada paso que daba lo cargaba de un peso mucho más pronunciado. Le acortaba la respiración, como si estuviera caminando desnudo por el desierto.

Se detuvo en el ancho desembarco de la escalera de piedra. Esas escaleras...las mismas que podrían contar los secretos de su familia a lo largo de los últimos trece años; tal vez el único testigo del primer abrazo que Lydia le había dado.

Era una noche similar a esta y venía acompañada de un arañazo frío que atravesó la débil protección de la sudadera. Aunque había guardado las manos en los bolsillos, un agujero profundo le permitió tocar la tela rasposa de su camiseta verde. Maurice había prometido que se lo arreglaría, sin embargo, los compromisos de trabajo se lo impedían. Isaac no se lo recriminó. Buscó en internet como coser un agujero y remendó la prenda lo mejor que pudo. Evidentemente, su remedio duró poco.

Sacó las manos de los bolsillos y se sacudió el pelo castaño desordenado. Necesitaba un corte, ahora más que había ganado una beca para la escuela Ecclestoun, la institución académica más prestigiosa de todo Londres, conocida como «la cuna de los nobles». El examen de admisión se llevaba a cabo una sola vez al año durante el último día de junio. Los resultados de su prueba llegaron en la mañana, después de un largo mes de espera. Le quedaba una semana para presentarse, llenar la matrícula y realizar la compra de uniformes y útiles escolares. Como iban a conseguirlo, seguía siendo un misterio para Isaac. En los últimos meses, los ingresos de Maurice entraban a cuentagotas. ¿Cómo iba a conseguir el dinero para enviarlo bien equipado a esa escuela? Isaac en definitiva no había pensado tan allá, simplemente creyó que ingresar a Ecclestoun y a su modalidad de internado, reduciría considerablemente los gastos de su padre. Maurice, por otro lado, se quedaría solo, y Isaac no quería que pensara que lo estaba abandonando al igual que lo había hecho su madre.

―¿De qué te hizo Maurice? ¿De cuero impenetrable? Vas a morirte de frío ahí.

Isaac levantó la mirada parda y se encontró con Lydia, su vecina. Su cuello se tensó al momento de percatarse de que ya no estaba a solas, y solo por eso podía sentir que su enfado crecía. Eran casi las diez de la noche y la calle se aquietaba a esa hora, por lo que decidió sentarse en el desembarco de la escalera mientras pensaba como decirle a su padre que lo habían aceptado en Ecclestoun. Lydia, que siempre lo miraba con una intensidad que rayaba en lo dulce, había aparecido para importunar su tranquilidad.

―He preparado un pastel de fruta y vine a traerles un pedazo. ¿Te gustan los postres?

Isaac asintió. Si sus respuestas eran escuetas, quizás acabaría por espantarla.

―Mmm. ―Lo detalló con una mirada perspicaz―. ¿Por qué estás aquí tan solo? ¿Tu padre salió?

―Está retocando unas fotos. Se presentará en una feria el Chelsea en dos días. ―Le sostuvo la mirada―. Pero puedo llamarlo si quieres.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora