Capítulo veintinueve.

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La casa abandonada parecía gozar de la viveza y calidez de una funeraria

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La casa abandonada parecía gozar de la viveza y calidez de una funeraria. Construida sobre un terreno elevado, la silueta del cerro situado en el fondo enalteció la pequeña casa de un solo piso como si fuera la residencia veraniega del diablo, y los árboles secos y la poca vegetación que rodeaba al edificio le añadían una atmósfera funesta. Las luces de las calles no llegaban hasta allí, de modo que habían tenido que avanzar alumbrados por la linterna del teléfono de Lydia, lo que no resultó una tarea sencilla. El terreno estaba plagado de piedras, peldaños y troncos secos que eran imposibles de distinguir en aquella oscuridad.

―Cuidado al pisar ―le susurró Isaac al haber pisado una piedra y torcerse levemente el pie.

―Qué lugar tan horrible ―se lamentó ella, deteniendo su caminata y poniendo las manos en jarras mientras contemplaba la casa―. El tiempo la ha convertido en una auténtica pesadilla.

―¿Conoces este lugar?

―Sí... ―Suspiró, abatida. Se frotó el pecho, pese a que la camisa gris se lo cubría por completo, tal vez demasiado si tomaba en cuenta el calor que hacía. Isaac había tenido que dejar el saco en el coche y arremangarse la camisa. Atrás había quedado la elegancia con la que se había vestido para asistir a la reunión de graduados. Siendo justos, era imposible imaginar que se pasaría la madrugada en España, acechando la residencia donde su padre biológico se escondía junto a su secuestrada. Una emotiva reunión familiar, sin duda―. Esta fue la primera casa en la que Gabriel y yo vivimos.

―¿Tan lejos del pueblo? ―Echó una mirada por encima del hombro y contempló las siluetas de las casas alumbradas a la distancia―. ¿Eso nunca te hizo pensar en que algo no estaba bien?

―En su momento no, evidentemente. ―Suspiró largo y tendido―. La verdad no siempre se distingue a la primera.

Avanzaron hasta toparse con una escalera de dos tramos de estabilidad dudosa. Isaac le hizo una seña a Lydia para que no se acercara, recorrió los primeros tres escalones con tiento y le indicó que podía subir al llegar al descanso. Una puerta de madera que se sostenía en sus goznes por la intervención divina de Dios le impedía el paso al interior de la residencia con pinta de estar a un soplo de desmoronarse.

Tal como había esperado que sucediera, al abrir la puerta esta se desplomó en el suelo con un estruendo violento, lo que levantó un remolino de polvo que quedó expuesto por la luz de la linterna. Al primer contacto con las partículas, la nariz de Isaac se movió por voluntad propia y tuvo que cubrirla con la camisa para escapar del estornudo. El olor campestre que los arropaba era diferente al de Londres, más caliente y picante, lo que hacía difícil prevenir que le escocieran también los ojos.

―¡Ya estoy aquí! ―gritó.

La potente luz de una linterna enfocó primero a Isaac y después a Lydia. Una silueta alta, aunque encorvada, abandonó la oscuridad. Los ojos de Isaac palpitaron con una desesperación que imitaba el de su pecho. Su cuerpo se tensó al percibir su acercamiento. La linterna se movió en su mano y debilitó el campo de visión de Isaac. Alcanzó a distinguir el contorno del arma en su mano derecha justo antes de correr hacia ellos, empuñar la pistola con fuerza y propinarle un golpe en la boca a Lydia que la arrojó contra el muro.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora