Capítulo veintitrés.

2.2K 324 140
                                    

Una vez que transcurrió la primera semana, Olive concluyó que regresar a Inglaterra, en especial después de unas cortas vacaciones con un frenesí tan emocionante, podía resultar agotador

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una vez que transcurrió la primera semana, Olive concluyó que regresar a Inglaterra, en especial después de unas cortas vacaciones con un frenesí tan emocionante, podía resultar agotador.

La mayor parte de los primeros días, los pasó acompañada de Caleb y Evangeline mientras la ponían al día con la red de apoyo. Según la misma Evangeline, Caleb había desempeñado su papel con una soltura y elegancia «digna de la realeza», algo que no había sorprendido a Olive en lo absoluto.

Había retomado las sesiones con la psicóloga tras haberse saltado la de la semana pasada, y acababa de culminar con la videollamada de una hora para el momento en que llegó al cenador del jardín, desde el que podía observar el muro de glicina que su madre cuidaba con tanto empeño. El césped en verano adquiría un tono verdoso que contrastaba con las dalias y las motas de color en el rosal enano. El ronroneo de las hojas de los árboles armonizó con la tranquilidad que se respiraba en aquel rincón del palacio, el lugar idóneo para un desayuno entre amigas.

―Lamento la tardanza, chicas. ―Apartó la silla y se sentó con lentos movimientos. Las sesiones, como siempre, la dejaban agotada, y la última no había sido la excepción. Su cuerpo se sentía acribillado por sus propias emociones acumuladas―. ¿El té está caliente?

―Sí, linda, no te preocupes. ―Lyla se puso de pie, agarró la tetera y llenó la taza de Olive―. Acabamos de pedir té fresco al ver que ya casi se terminaba tu sesión. El otro ya estaba amargo. ¿Ha ido bien?

―Excelente. ―Sonrió, aunque no logró disfrazar su agotamiento. Lo intuyó por la manera en que Lyla, Cassie y Lucinda la miraban. Le echó azúcar a la taza y, después de disolverla, vertió la leche―. De verdad, no les miento. Simplemente estoy cansada. Las sesiones me dejan hecha pedazos.

―Bueno, lo que pasa es que sueles decirnos que estás bien cuando no es verdad ―se explicó Cassie.

―No te tenemos confianza ―añadió Lucinda con tono juguetón.

El resto de sus amigas confirmaron las palabras de Lucinda con una carcajada, lo que hizo suspirar a Olive. No tenía la energía necesaria para desmentirla, y tampoco la desfachatez de negar lo que era cierto. Evitar hablar de sus procesos internos y desplazar su atención en otra tarea para distraerse ―afrontamiento de evitación, según le había informado su psicóloga―, se había convertido en su manera de resolver los conflictos. Hasta llegado el momento en que no le quedó más remedio que enfrentarse a lo inevitable, no se había percatado de lo agotador que podía ser ese modo de vida. Retomar las sesiones con la doctora Barlett no había sido una decisión sencilla y había supuesto más esfuerzo y voluntad de la que pensaba. Poco a poco, sin embargo, estaba viendo los cambios, así fueran pequeños. Imaginó a la psicóloga sonriendo y diciendo: «Hasta los logros pequeños merecen ser celebrados, Olive. No los minimices».

―Pero esta vez me siento mejor ―dijo Olive con convicción―. Solo un poco cansada. La doctora Barlett es un encanto de mujer, pero sus sesiones se sienten como si me acribillara con una ametralladora.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora