Capítulo cuatro.

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―¿Estás nervioso? ―le preguntó Isaac

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―¿Estás nervioso? ―le preguntó Isaac.

Había una distancia considerable entre él y la camilla, pero no apartó la mirada del rostro de su padre mientras esperaba la respuesta. Las manos de Isaac estaban escondidas dentro de los bolsillos del saco café.

―Un poco ―se sinceró Maurice.

Isaac asintió. Se acercó un paso.

―Ya lo sabías, ¿no es así? ―Otro paso. Era tiempo de enfrentar la verdad―. Cuando te pregunté si tu corazón estaba bien, ya sabías que no era así.

―Sabía que no estaba bien ―se tocó la cánula con el dedo índice. Le molestaba―, no que estaba tan mal.

―¿Por qué no me lo dijiste?

―Pensaba hacerlo en la cita con el cardiólogo. Él podría explicarlo mejor que yo.

―Tu corazón funciona al veinte por ciento ―su voz sonó más enfadada de lo que pretendía―. Tengo la sensación de que, si no te hubiera dado el infarto, no me hubiese enterado hasta que fuera demasiado tarde.

Maurice suspiró, y Isaac lo tomó como una confirmación.

―El médico dice que tienes salvación. ―Sonrió, aunque el gesto no disimuló su tristeza―. El cateterismo cardíaco te ayudará, y de ahora en más no quiero que vuelvas a trabajar. Me haré cargo de los gastos y tú te mantendrás en reposo.

―Bien.

Le sorprendió que cediera tan fácil casi tanto como le alegró. Una preocupación menos, aunque todavía no sabía qué iba a hacer con las demás. Ignorarlas no le estaba sirviendo de nada.

Recordar ese día le hacía pedazos el corazón. Ese par de ojos azules, que acostumbraban a brillar de alegría, lo perseguían sumergidos en una tristeza y dolor que él, y solo él, había causado. Lo peor era que no había podido contenerse; la situación lo sobrepasaba.

Apartó la mirada de su padre y cerró los ojos con fuerza. Le abrumaba el nuevo poder que había descubierto que tenía: el poder de herir a alguien con sus palabras. La relación que había llevado con Olive lo obligaba a mantener sus sentimientos en control. Si sentía incomodidad, no podía evidenciarla; si algo lo molestaba, no podía decirlo. Mientras menos emociones demostrara, mejor era. Pero era tan difícil para un hombre que sentía mucho, fingir que no sentía nada. Isaac era una fuente inagotable de miedos e inseguridades que ya no sabía como mantener en la sombra. Esa peligrosa acumulación de inquietudes le estaba pasando factura, y lo más que le dolía y le daba rabia era que, entre tantas posibles víctimas, su falta de control eligió a Olive.

―Pero tengo una condición.

Isaac abrió los ojos, lo miró y descubrió una preocupante seriedad en sus ojos verdegris. Maurice era, en todo sentido, distinto a Isaac. Tanto que era un milagro que pudieran llamarse padre e hijo. Mientras Isaac tenía el cabello castaño y los ojos pardo, Maurice era rubio. Imaginó que se parecía a su madre, lo que para él era una desdicha.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora