Capítulo doce.

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Olive regresó a su habitación después de haber compartido una taza de té con su hermano

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Olive regresó a su habitación después de haber compartido una taza de té con su hermano. Todavía podía sentir la textura arenosa de la galleta de vainilla en su boca al momento de abrir la puerta, congelarse en la entrada y soltar un grito al percatarse de la silueta en su balcón.

―¡Guardias! ―gritó, volteando hacia el corredor―. ¡Guardias!

Se sobresaltó al escuchar los golpes contra el vidrio de la puerta que daba al balcón.

―¡No grites, soy yo, Isaac!

Olive, que se había aferrado al marco de la puerta, enterró las uñas en la madera al tiempo que entrecerraba los ojos y estudiaba la figura. Era evidente que se trataba de un hombre, pero el remanente del sol, que daba directamente hacia su espalda, borró cualquier rasgo facial.

Su voz, sin embargo, era inconfundible.

―¡Eres el idiota más idiota que he conocido, Isaac Beley! ―Atravesó la habitación como una gacela prendida en llamas, desbloqueó la puerta y la abrió con un brusco tirón―. ¿Cómo se te ocurre subirte a mi balcón sin avisar? ¿Quién te permitió que llegaras hasta esta parte del jardín? ¡Habla ya!

―Pues, es que...

―¿Alteza?

Olive volteó a tiempo para divisar a la guardia ingresar a la habitación. Por instinto, cerró la puerta de un portazo y corrió las cortinas. Podía escuchar la carcajada de Isaac desde el balcón. Era absurdo que intentara ocultar su presencia cuando los guardias ya lo habían visto.

―Lo siento, es que... ―Olive se aclaró la garganta. Por Dios, el corazón le latía con un desenfreno indescriptible―. Me había olvidado que el señor Beley vendría de visita y me asusté. Lamento haberlos hecho llamar.

―No se preocupe, alteza. ¿Entonces nos retiramos o...?

―Sí. ―Y habría querido añadir «por favor» como una súplica, porque tener allí a nueve guardias que la superaban en altura, pese a ser bastante alta, podía llegar a ser intimidante―. No...No le informen a nadie que el señor Beley está aquí. No va a quedarse mucho tiempo.

―¿Ya me estás echando? ―murmuró Isaac detrás de la puerta.

―Tú cállate ―gruñó ella―. Ahora sí, ya pueden retirarse.

El abrumador despliegue de guardias abandonó la habitación con un orden admirable; Olive apenas podía sostenerse en pie por culpa de sus temblorosas piernas. Suspiró, aunque sin sentir ni una pizca de alivio como era usual cuando la dejaban a solas, se dio la vuelta y abrió la ventana del balcón.

En ese momento, mientras el sol envolvía a Isaac como si de una deidad se trataba, y sus facciones se oscurecían debido a la sombra amarillenta, Olive deseó una infinidad de cosas: gritar, empujarlo, recriminar que tuviera el descaro suficiente para subir a su balcón ―que de bajo no pecaba― y se atreviera a sonreírle con todo y hoyuelos. El estómago se le revolvió con el despliegue de emociones dulces, pero también amarga. Si le llegaba a vaciar lo que había comido encima, la culpa sería de él por desestabilizarla de esa manera.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora