Capítulo diecisiete.

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Ni la presencia de mil reyes habría hecho que las rodillas de Olive se doblegaran tanto como lo hacían ante la imponente figura de Isaac vestido de etiqueta

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Ni la presencia de mil reyes habría hecho que las rodillas de Olive se doblegaran tanto como lo hacían ante la imponente figura de Isaac vestido de etiqueta.

Para desgracia de ambos, el último día del recorrido llegó. El foro empresarial había organizado una gala con motivo de cierre en la Finca El Burgo, una propiedad inspirada en el Pirineo francés. El salón diáfano y versátil había sido adornado con flores, frutas, linternas colgantes y, por supuesto, dos mesas largas con los distintos vinos que habían probado durante el recorrido.

La brisa nocturna arañó la espalda y el pecho de Olive, el punto de piel expuesta gracias al pronunciado escote en uve, lo que la hizo tiritar. Suspiró e intentó restarle importancia, aunque su frustración acababa de ganar varios puntos. No comprendía qué le pasaba, pero desde que el recorrido inició, no había parado de desatinar en cada uno de sus atuendos.

―Si te da frío, te puedo prestar el saco. ―Isaac sonrió para reconfortarla.

―Préstame el cerebro porque el mío me está fallando una barbaridad.

Para Isaac, sus descuidos eran insignificantes y fáciles de resolver, como el cambiar los tacones por botines de campo. Un descuido era aceptable. ¿Uno por día? Toda una marca para ella. En el segundo día, olvidó llevarse la pamela y terminó con la nariz y las mejillas enrojecidas. Al cuarto, el calor tan sofocante la obligó a quitarse el tapado. Vaya Dios a saber en que parte de la viña lo había dejado olvidado, porque no lo encontró. Durante el quinto día, se le rompieron las medias. Se ocultó entre las cepas, usando a Isaac de escudo, para quitárselas y guardarlas en la mochila de la cámara. Para rematar, el día anterior perdió el balance al bajar uno de los dos insignificantes escalones de una escalera de dos peldaños y se le cayó el vino encima. Le sorprendía, sin embargo, que, a pesar de sus múltiples accidentes, los diez días del recorrido hubiesen sido sus mejores vacaciones en la vida. Isaac poseía la habilidad de lograr que ella misma se riera de sus desgracias, y con lo fácil que era distraerla en las noches...

―¿En la invitación decía que la actividad iba a ser al aire libre? ―le preguntó Olive en voz baja por si alguno de los invitados estaba cerca.

―Sí. ―Isaac le concedió una mirada compasiva―. ¿Te estás muriendo de frío?

―Debí haber leído las especificaciones. Solo tomé en cuenta el código de vestimenta.

―Si no quieres mi saco, le podemos pedir a uno de los empleados que consiga una manta. No creo que el dueño de la finca se niegue a proporcionártela siendo una de las invitadas.

―Me daría mucha vergüenza pedir algo así.

―A mí no. ―La miró entre divertido y exasperado―. Se la pido yo entonces.

―No. ―Aunque en el fondo quiso decir «sí». La idea de andar cobijada por el salón le parecía ridícula.

―Mira. ―Apuntó con la barbilla hacia la finca―. Se puede entrar. Podríamos ir a que agarres un poco de calor y después volvemos.

Sedúceme otra vez (Serie Herederos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora