11.La aldea indígena

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Después de estar casi más de medio día andando entre senderos por la selva, llegamos a un claro dónde se veían pequeñas casitas echas de ramas, muy cercanas las unas a las otras y rodeadas de varias cercas de animales, entre ellos cerdos, cabras, gallinas y caballos.

Poco a poco nos fuimos acercando a las pequeñas "calles" de la pequeña aldea y su población salía a vernos pasar con cara de tener algo contra nosotros, cosa que nos hacía estremecer un poco los cuerpos.

Pasamos en absoluto silencio mirando cada detalle a nuestro alrededor. Parecíamos una procesión ya que éramos veintitantas personas, por lo que la gente también estaba muy sorprendida al ver que éramos tantos.

Llegamos a la que sería la casa más grande de las que habíamos visto hasta el momento y nos detuvieron ahí.

Uno de nuestros secuestradores entro a toda velocidad en la tienda, y después de unos minutos, salió con un hombre bastante mayor, con una especie de corona de ramas en la cabeza y el cuerpo casi cubierto de un traje con plumas.

El señor de la corona, se fue acercando a nosotros a un paso muy lento pero sin quitar la vista de nosotros ni un segundo. Parecía un hombre muy seguro de sí mismo y de su mandato, sabía que su pueblo lo defendería de cualquier cosa si se diera el caso.

Fué avanzando por la fila mirando uno por uno todas las caras y los cuerpos de las personas que la conformaban, examinando hasta el más mínimo detalle, supongo que era para cerciorarse de si éramos peligrosos o no.

Cuando llegó a mi se detuvo en seco, me miró de abajo a arriba con el mayor detenimiento posible y cuando llegamos a cruzar miradas, sus ojos estaban abiertos como platos.

Dió un paso hacia mi, y mi acto reflejo fué dar un paso atrás, sería viejo, pero imponía respeto y soberanía.
Yo bajé la mirada inmediatamente y acto seguido le hice una pequeña reverencia, quería que viera que ante todo, los respetamos.

El señor con asombro y una pequeña sonrisa en su rostro, respondió mi reverencia agachando un poco la cabeza y diciendo una palabra que no logré entender, me levanté y lo volví a mirar a los ojos.

El, al igual que los demás, era más bajito que yo por lo que tuvo que levantar un poco la cabeza para mirarme y sonreír.
Él siguió su exhaustivo examen por el resto de la fila y volvió al principio.

En su lengua, se dirigió a uno de sus guerreros indicándole que fuera a por alguien o a por algo, mientras nos miraba a todos atados en completo silencio.

Al igual que el, había como unas 50 o 60 personas alrededor nuestro examinando nuestras vestimentas, nuestras caras y nuestro calzado de la forma más exhaustiva posible durante unos minutos que parecieron eternos.

No pasó mucho tiempo hasta que apareció un hombre que tendría unos 30 o 40 años, pelirrojo, con una piel totalmente blanca, unos ojos de un azul intenso y de una estatura bastante alta.

El hombre recorrió con su mirada toda la fila sin expresión ninguna en su rostro, como si le diera igual ver esa fila de gente atada que lo miraba con terror. Se acercó al que creímos que era el jefe y le habló en su idioma que ninguno entendíamos.

Los dos juntos y a la misma vez, miraron al capitán que era el primero en la fila.

-El jefe quiere saber quiénes sois y que habéis venido hacer aquí.-Dijo el hombre pelirrojo con mucha seriedad en su voz.

-No hemos venido por gusto, hemos estado en alta mar durante días sin una gota de viento, por lo que no emos podido avanzar, pero empezó la tormenta y nos trajo hasta aquí. Después de tantos días en alta mar sin avances nos habíamos quedado sin provisiones ni agua.-El capitán respondió la pregunta de una forma muy serena y educada.

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