Capítulo 2

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El funeral fue horrible, (bueno, no crea que exista un funeral bonito). Estuvo organizado por las amigas de mi madre y lo realizaron en la casa de una de ellas. Todos fueron muy gentiles conmigo, pero mi rostro era de indiferencia, no por ser mala onda, sino porque mi mente estaba en cualquier otra parte. Ni siquiera podía asimilar el hecho de que perdí a mi mejor amiga, de que había quedado huérfano. Lo peor, era tener que aguantarme las ganas de llorar; ya suficiente tenía con dar pena a todos los presentes.

Me quedé viendo la imagen de mi madre frente a su ataúd. Pusieron una foto en la que salíamos ambos, ella me abrazaba mientras sonreímos a la cámara. Éramos tan parecidos: teníamos los mismos ojos café y el cabello castaño claro. Eso sí, ella era mucho más delgada; yo más fibroso.

De la gente que estaba allí, solamente conocía a una que otra persona. A la justa llegué a reconocer a una tía por parte de mi mamá; Marlene, una señora de sesenta años quien se parecía a la loca de los gatos de los Simpson, debido a su largo cabello canosos y desaliñado. Cuando se acercó a darme el pésame, me abrazó de una forma tosca. El olor que ella emprendía era como a desagüe. Agradecí de que no hayamos sido tan cercanos.

Pasaron las horas. La gente seguía dándome el pésame. Yo ya no soportaba seguir estando allí. Lo único que quería era estar solo y llorar a gritos sin que nadie me estuviera jodiendo. Corrí al segundo piso, esquivando las miradas de los presentes. Vi un cuarto, no sabía de quién era y la verdad no me importaba, simplemente me encerré allí y coloqué seguro. Me eché sobre la cama y puse mi rostro sobre la almohada. Comencé a soltar todo lo que llevaba dentro: gritos, llantos, gemidos, todo. Sentía que hasta el alma se salía de mi cuerpo.

Por un momento parecía que estuviera dentro de una pesadilla, que nada de lo que estaba sucediendo era verdad. Anhelaba salir de este infierno, que todo se apagara; lo que sea necesario para dejar de sentir aquel dolor tan horrible.

De pronto, escuché que alguien tocaba la puerta. De seguro otra persona que quería consolarme. Lo cierto es que no quería ver a nadie. ¿Qué no podían dejarme llorar en paz? ¿No podían comprender que quería estar solo sin que nadie jodiera? "Maldita sea"

—¡Quiero estar solo! —grité sin importar que me juzgaran.

—Aniel, soy yo.

De inmediato reconocí esa voz. La furia que tenía se desvaneció.

—¿Aniel? —preguntó otra vez la misma voz.

No me quedé ni un segundo más echado. Me levanté y fui directo a abrir la puerta. Y allí estaba él, exactamente igual como la última vez que lo vi.

—Heylan.

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Nota del autor: 

Hola lectores, que tal, ahorita subo el siguiente capítulo. Muchas gracias por el apoyo. 

Los amo. 

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