Capítulo once

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  El viento que azotaba las hojas de su arbolito la hacía desesperarse, y mientras pensaba en cómo le iba a Julia con los objetos, a Chelsea con el teletransporte, a Peter con la batería pequeña y a Lara con las hojas, ella seguía suspirando al ver que otro intento moría frente a sus ojos. Las ramas volvieron a doblarse, el color verde cambió a marrón y la vida de ese ser se fue en un suspiro.

  Con un movimiento de muñeca y con mucha concentración, las raíces volvieron a tener su tono natural y ella continuó entrenando su paciencia y su enojo. Sin embargo, antes de que siguiera exigiéndose a sí misma, Thomas le apartó la maceta y la tomó del mentón diciendo:

—Detente, a veces es malo practicar tanto.

—No lo creo— contraataco Mérida juntando las cejas.

—Concentrarse tanto en un objetivo hace que tu cerebro se canse. Deja las cosas pasar, además, lo estas haciendo bien.

—Esta fue la décimo cuarta vez que maté al árbol— se lamentó la pelirroja poniendo sus puños debajo de la barbilla.

— Al menos sabes cómo devolverle los ánimos— bromeó él.

  La joven no deseaba reírse, pero no pudiendo evitar la gracia, sonrió. Al tiempo que el guerrero se sentaba a su lado, ella analizaba las estrellas de forma silenciosa y ausente: el cielo la llamaba, y se preguntó si sus padres ya habían cenado o si estaría viendo una película, incluso si la estaban extrañando en los momentos menos oportunos.

—Estás muy callada.

—Retuvimos tanto nuestros poderes, que ahora no sabemos exteriorizarlos. Es frustrante, Tom, pensé que lo lograría, pero ahora...

—No creo que un niño se aprenda las tablas de multiplicar en un día, como tampoco creo que ustedes logren dominar sus habilidades en tan poco tiempo. Es lógica, florecilla.

—Lo sé, es solo que creí que no estaría tan perdida.

—No lo estas.

—Extraño a mis padres— confesó la muchacha de repente—. Es raro estar en un lugar donde ellos no estén.

  Sin querer, el corazón del joven dio un salto al vacío. Sentía nostalgia al repasar los miles de recuerdos que él tenía de los suyos, y pese a que no lloraba tanto como el primer año, habían ciertos instantes de anhelo en los que su tristeza era más de lo que podía soportar. Él se había enfermado incontables veces luego de que sus padres dejaran de existir, y aunque quería pasar por el duelo como era debido, no deseaba que un mudo Alex no volviera a hablar y que un Joen obsesivo no dejará de ordenar las cosas por color, tamaño y fecha de caducidad.

  Por lo tanto, a la hora de dar un suspiro ansioso, rodeo los hombros de Mérida con uno de sus brazos y dejó que la luna brillante los alumbrará.

—La primera mañana fue horrible. Recuerdo haberme despertado, y al bajar a la cocina esperaba verlos ahí, pero no estaban, y fue lo más duro que pude haber experimentado en mi vida. Me sentía dentro de una burbuja: sabía que habían muerto, pero mi mente no lograba entender el por qué. No poder abrazarlos, escucharlos o incluso decirles un "te amo"... no le deseo eso ni a la persona más malvada del mundo entero.

—Tom...

—El primer día que fuimos a la secundaria estaba nervioso, no porque nos descubriera, si no por lo que íbamos a hacer. Quitarle la felicidad a alguien no se enlistaba en nuestros planes, y si hubiéramos sabido que tantas personas terminan involucradas, tal vez no estaríamos como estamos ahora— opinó el chico sosteniendo una de sus manos.

—No piense en lo que hubiese sido, por favor.

—Esto nunca me había pasado, ¿Sabes?— dijo él dejando la palma de Mérida en su mejilla, y a medida que guiaba sus movimientos hacia abajo, la soltó para que ella continuara—. Me pregunto qué dirían ellos al verte.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Where stories live. Discover now