Capítulo veintitrés

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    El dolor en sus articulaciones era fastidioso, las respiraciones que daba eran entrecortadas y su cabello se sentía como un nido de pájaros recién destruido. Akira no lograba entender el por qué se sentía de esa forma, cansada y herida, pero si de algo estaba segura era de que no recordaba nada después de que ese hombre la durmiera. Una amenaza la acechaba, y esa certeza la hizo sentarse en la cama y recoger sus rodillas.

    Un carraspeo la hizo lanzar un chillido, y observando a su derecha, pudo ver que Owen estaba sentado en la oscuridad, rígido y a la espera de algo, aunque ella no sabía de qué. Con un miedo irracional que no sabía que existía, se alejó a patadas de él, y situándose en el otro extremo del colchón, lanza un diminuto sollozo que la hace querer gritar. Tenía miedo, estaba asustada: nada de lo que había vivido en los últimos tres días era normal, y nada podía lograr hacerla sentir mejor después de la muerte del padre.

    El moreno la miró preocupado, y levantándose, caminó hacia donde estaba: la joven volvió a rechazarlo al retroceder un poco más, y resbalando un poco, casi cae al suelo, y pese a que no deseaba el contacto de él, terminó aceptándolo como ayuda para no acabar con otro golpe más.

    Sus rostros terminaron muy cerca, sus labios se rozaron por breves segundos y sus cuerpos sintieron el calor del otro. Akira lo miró con más lágrimas en los ojos, y agradeciendo su gesto de protección, deshace su abrazo inusual y se acuesta de nuevo para darle la espalda. Él, que hasta entonces no hacía otra cosa sino protegerla, pudo experimentar un ardor en el pecho llamado "indignación".

—Háblame, por favor.

    La japonesa se impactó al haberse dado cuenta de que, esta vez, sí pudo entender lo que decía. Un vago recuerdo de las películas estadounidenses la asaltó de forma instantánea, y pese a que su sonrisa se esfumó luego de unos minutos, la felicidad experimentada le dio la paz que no había tenido en setenta y dos horas.

—¿Akira?

    Una mano se posó en su hombro, y mientras trataba de que el estremecimiento repentino se fuera, Owen aprovechó la ocasión para recostarse a su lado. Le dolía ser ignorado por ella, y el haberlo aceptado le causó terror, ya que su mente nunca pudo prepararlo para ser víctima de un sentimiento tan peligroso.

—Tengo... miedo— dijo ella con una pronunciación extraña.

    Escucharla hablar en inglés lo sorprendió, pero no pudo preguntarle el por qué de su espanto: su respiración pausada y lenta le hizo saber que ella ya estaba dormida. Mañana haría otro intento, y quizás, solo quizás, dar otro paseo en honor al cumpleaños que jamás se había dignado a celebrar como era debido.

 Mañana haría otro intento, y quizás, solo quizás, dar otro paseo en honor al cumpleaños que jamás se había dignado a celebrar como era debido

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—¿Hasta cuándo me tendrán encarcelado?— inquiere Abel.

—Hasta que veamos que no eres una amenaza— le dice Alex señalándole con un dedo.

    El acusado lanza un bufido, y jalando un poco más las esposas, se cruza de piernas para después tamborilear el suelo con sus pies. No soportaba estar más en ese calvario, y aunque le daba pavor por cómo iba a reaccionar su jefe cuando se enterara, una pequeña corazonada le susurraba que él aún no estaba enterado de su ausencia.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Where stories live. Discover now