Capítulo treinta y tres

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     El aroma a antiséptico invadía todos los rincones, las paredes, como era de esperarse, eran blancas y lisas, y también, no había que negarlo, el aura de ese hospital era deprimente. En los pasillos andaban, de vez en cuando, ciertos pacientes en sillas de ruedas, y aunque otros solo caminaban con lentitud, entre ellos no figuraba Thomas, quien permanecía dormido y arropado con las sabanas hasta el pecho.

     Mérida no quería despegarse de él, y con las manos sobre la boca, recordó todo lo que tuvieron que pasar para que no descubrieran los cambios genéticos que habitaban en el alien, al menos no de momento: tragarse una pastilla antes de que los paramédicos le tomaran los signos vitales, el que los otros soldados tuvieran que permanecer alejados para no levantar sospechas, y también el que ella, sin querer, se negase a ser atendida en cuanto a sus heridas. La angustia los había invadido al entender que solo una persona podía acompañarlo, y la joven, algo desesperada, se había subido a la ambulancia sin protestar y, articulando un "lo siento" mudo, miro por última vez a Alex antes de que el auto arrancará con dirección al hospital.

    Ahora, en esos instantes, no sabía con exactitud si los demás estaban afuera o sí en realidad, estaban intentando dar con Lara y con Joen. Las copas de los árboles se mueven en el exterior, los rayos de sol se escapaban de la cortina amarilla de la única ventana del cuarto, y dado que todo estaba en un silencio sepulcral, el sonido de su celular le hizo dar un salto en la silla, y también que Thomas se removiera un poco desde la cama.

    Con un temblor ligero en las manos, observo la pantalla, y al percatarse que se trataba de Julia, suspiro con alivio y oprimió el círculo verde en vez del rojo:

—¿Dónde están?

—Afuera del hospital. No fue difícil encontrarlo, la ambulancia tenía el nombre escrito en inglés.

—Qué alivio. ¿Cómo están todos?, ¿y Alex?— pregunta ella levantándose de su asiento.

—Sorprendentemente, tranquilo, aunque creo que está intentando no enloquecer. Ha tratado de dar con el paradero de Lara y Joen, pero el sistema se reinicia muchas veces.

—¿Qué quieres decir?

—Que esa tablet la arroja una dirección, pero a los cinco minutos, la borra y vuelve a empezar. Él cree que puede ser porque Samuel los llevo a una prefectura donde no hay suficiente señal.

—Eso tendría más lógica.

—A estas alturas, ya no sé qué cosa tiene sentido y qué no. ¿Cómo está Thomas?— inquiere Julia con mucho ruido de fondo.

—Un no despierta, pero lo hará dentro de poco: son fuertes, todos los que pertenecen a las lunas lo son.

—¿No lo han analizado más de la cuenta?

—No, y espero que no lo hagan— le susurra la pelirroja mirando a sus espaldas.

—Entraremos a la sala de espera, así que, si quieres descansar, puedes venir para que entre alguien más.

—Genial, aunque creo que estarán algo reacios: somos menores de edad y extranjeros. Yo pude entrar porque una enfermera se apiado de mí.

    Un "veremos qué pasa" fue lo último dicho por la castaña, y despidiéndose de su amiga, Mérida volvió a quedar en medio del descanso de Thomas y de otros dos individuos, los cuales estaban separados por cortinas y metros. Pasaron unos minutos más antes de que el soldado abriera los ojos, y al hacerlo, dio un carraspeo seguido de un quejido. Ella se percató de esto, y no pudiendo evitar sonreír, camina hasta el cabecero de la cama y toma su mano.

    El guerrero, desorientado y más pálido de lo usual, posa sus ojos en el techo, y luego de entender que el lugar no se parecía a la torre en la que habían estado, gira su cabeza para observar a Mérida. El joven mira ese cabello caer por sus hombros, tal como si fuera una cascada centelleante; observa sus ojos llenos de angustia y aflicción, y haciendo un recorrido minucioso con sus dedos, Thomas le palpa la barbilla a la muchacha, aunque también su quijada, nariz y labios.

Luna de Hielo [Saga Moons #2] {➕}Where stories live. Discover now