Una chica de pie

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Una chica de pie sola.

Camina sin rumbo fijo disfrutando el viento contra su cara, no se siente viva, tampoco muerta. No sabe qué sentir pues ha sentido tanto que teme volver a explotar. Tantas emociones juntas la embriagaron al punto de tumbarla contra el suelo.

Una chica de pie mirando a la nada, esperando siempre en el mismo lugar.

Espera a que aparezca aquel que se fue. 

Espera por aquel que prometió secar sus lágrimas cuando llorara y lo espera con ansias porque hay mucho por recoger, mucha agua salada por atrapar. 

Una chica de pie se sienta, agotada por andar.

Se comienza a preguntar si es que volverá y cuándo lo hará. La espera la consume, los pies le arden, los ojos le lloran por el sol, por cansancio, por sentirse abandonada. Le aterra pensar que todo el tiempo que invirtió en él es en vano, fue en vano. De pronto, siente todo el peso de la espera sobre los hombros, el dolor sobre las decisiones y hacen mella en ella las palabras. Palabras que él dijo y que ahora comienzan a tomar otro matiz.

Un matiz que no había notado antes como la burla, la ironía, mentiras tras mentiras. ¿Por qué siempre confió en él? ¿Habrán sido sus ojos cansados? ¿será por la forma en que la sujeta contra su pecho? ¿o será su risa? No lo sabe y teme cada día que pasa sin saber nada de él.

Una chica de pie se rinde.

Lanza piedras al lago, mientras cuenta las ondas que sus lanzamientos hacen en el agua clara como el cielo mismo ahora ese cuerpo de agua y el cielo son un espejo. Se ve reflejada en lo bajo, en lo alto en la rudeza de su espejo de mano. La chica tiene miedo pues sabe que su enamorado no volverá, no por ella. Pero sí por alguien más alguien que ni siquiera logró adivinar cómo atajó. Cómo los separó cómo él permitió todo aquello.

Mientras mira el agua tal clara como la verdad de su rostro el cansancio en sus facciones y las ojeras profundas de no dormir sopesa entrar en el agua. Envidia la calma del lago mientras que en ella habita una imparable tormenta. Una tormenta que está arrasando desde dentro y que sólo la chica siente y nadie más parece notarlo... Y si lo notan, nadie viene a auxiliarla.

Una chica de pie, con el agua llegándole a las rodillas.

Está helada. Tiene frío. No deja de temblar. Se promete no llorar sin lograrlo. Quiere pelear por él por ella, pero está cansada de ser la única que blande la espada y dejar el alma por unos minutos de gloria. Se pregunta si hay algo roto dentro de ella o si es que él fue quien rompió todo con su partida con las promesas vacías de un mañana para los dos.

¿Dónde está? ¿Por qué no llega? ¿Es que acaso no le importa más la pequeña mujer? Da dos pasos más, sus dientes castañean con cada movimiento. Ella se siente estúpida, ilusa. Creyó en el cuento de amor y de la promesa del final feliz después del torbellino, ¿Qué hizo mal? ¿Por qué no vuelve? ¿Por qué no ha vuelto junto a ella? ¿Tomará su mano?

Cada paso diminuto la alejan de la orilla y si él vuelve le será más difícil sacarla del agua. El lago se ha enamorado de ella, ella se ha enamorado de la calma. Si es que eso es calma. No quiere seguir avanzando pero lo hace, hasta tener el agua hasta los muslos, su vestido se ha pegado a su cuerpo y con la punta de los dedos toca la helada calma. Fresca y mortal piensa que debería quedarse ahí dejar de luchar.

Una chica de pie se detiene con medio cuerpo en el lago.

Lo recuerda. La forma en que hacía que su cuerpo se estremeciera, la curva que su espalda hacía con sólo un roce de la mano pero también recuerda los postres, las caminatas tranquilas y la calidez de su sonrisa. Recuerda la constelación cerca de sus ojos ¿Por qué sus ojos no brillan más? No sabe qué tanto ha dejado expandirse la enfermedad pero está acabando con él al igual que su tormenta, desde dentro. ¿Dónde está? La orilla se aleja al igual que sus zapatos rojos en aquel muelle podrido.

Conectando Estrellas *Notas de autora*Where stories live. Discover now