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Akira se hospedaba en un buen hotel, no era lo que acostumbraba. Si bien las habitaciones eran amplias y había suficiente espacio para él e incluso dos personas más, prefería el estilo hogareño: en Plutón había grandes parajes, con colores tan extremos y encendidos que podían lastimar la vista, pero Akira era más del estilo reservado, le gustaba caminar por las tardes o quizá las noches, noches enteras en su planeta caminando sin rumbo sólo para volver a la hora de la comida al día siguiente. Aterrizó en la terraza de su cuarto de hotel, había dejado la puerta de la terraza abierta, las cortinas color azul lo recibían bailarinas antes de que entrara en su cuarto y pudiera levantar el hechizo, era un buen hotel, se podría definir como lujoso pero con los establecimientos ya viejos, se veían resistentes y que constantemente los revisaban pero, conservaban ese estilo de antaño. Se fijó en la ropa que había traído: sujetó un short corto negro y una playera roja con el número 59 en letras blancas, el número estaba contorneado por el mismo color de la playera, en la parte de arriba llevaba la leyenda del nombre de su colegio. Jamás había pensado el por qué, pero el número le resultaba atractivo y era el número que cargaba en su uniforme de guerra también. Había pertenecido al equipo de deportes durante lo que sería su preparatoria, su primer año. Sí, en Plutón había muchos niveles de escuela pero era comparable con los de la Tierra, estudios menores hasta llegar a los superiores claro que al ser inmortales prácticamente era complejo imaginar que alguien no los hubiera pasado, estuvo en su cuarto todo el tiempo viendo el papiro, lo había dejado en la cama extra que había en su habitación.

Había traído con él un par de audífonos de cable color negro, los pasaba por debajo de la playera y los dejaba colgando, amaba la música. Había algo en ella que Akira no podía alcanzar a expresar, la emoción, el ritmo, las emociones que con furia levantaban lo más escondido de su ser, sabía que cuando él no podía decir nada, cuando su vocabulario frenaba a causa de no saber expresar lo que sentía... Había una canción que sí sabía justo cómo decirlo, entonces la ponía.

La mandaba por mensaje o con un hechizo colocaba la canción que estaba pensando, la música podía hablar por él. Estaban recargados sus audífonos en su pecho, esperando a encontrar algún teléfono (lo más nuevo según había escuchado) y comenzar a ver qué tenía la Tierra para él, qué melodías lo iban a acompañar en este enorme viaje, en todas esas futuras noches de desvelo donde no podía dormir aunque lo intentara. Con la playera dejaba al descubierto los brazos, ya marcados por ejercicio que hacía todos los días, los mantenía recargados sobre su pecho, haciendo fuerza mientras caminaba por toda la habitación. Nadie quería la labor del exterminio, él había hecho mucho daño, había marcado vidas con su sello particular y no quería hacerlo de nuevo, pero sólo estaba ahí para seguir órdenes. Estaba ahí porque aquel mundo Celeste, comenzaba a agonizar por culpa de los humanos.

Rascó sus cejas y frente con cansancio, estaba sentado en su cama después de darle tantas vueltas a la habitación como pudo, en la que sobraba estaba acostado el papiro, sabía que estaba la labor de exterminar poco a poco con la gente que hubiera cometido crímenes, asesinatos, los peores horrores en contra del mundo y de su misma raza. Para los habitantes del sistema solar, era inconcebible que hubieran empezado a atacarse de ese modo, por sus propios intereses, los demás reinos defendían a su gente, los demás mundos se protegían de otras amenazas y las que había dentro de sus planetas se exterminaban como plagas: desde la raíz. A Akira no le molestaba matar, había cargado con el peso de los muertos debido al filo de su espada, siempre con la mentalidad de que peleaban entre guerreros, asesinaban a los malditos y condenados por el "mal", por aquellos que amenazaban a su familia, a los que amaba. Y entonces, la carga era menos difícil de llevar, pero, no dejaba de ser una carga después de todo.

Se había soltado el cabello y lo había sacudido un poco, abatido por el estrés del deber. Su cabello estaba de lado izquierdo, volaba con el viento, alcanzaba a oler la salinidad del mar y pensó en Elayne. Era por demás extraño los dos encuentros que habían tenido, ¿Qué posibilidad había de que ambos se juntaran?, ¿Qué posibilidad había de que alguien más hubiera estado en el bosque con ella? Una, en millones. La estadística había jugado una caprichosa carta, donde los había puesto uno frente al otro, recordaba sus tiempos jugando su propia versión del baloncesto, con su playera roja nueva, la demanda que le exigía el entrenador. Después de todo, era adolescente, como los había en este planeta y si pudiera hablar con ese joven que la adquirió por primera vez, se sorprendería de todo lo que podía contarle.

Conectando Estrellas *Notas de autora*Where stories live. Discover now