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La Tierra siempre había sido el planeta favorito del Consejo. Fue en esa pequeña esfera donde los primeros cometas llenos de agua cayeron a su superficie. El Consejo había visto crecer ese planeta y vieron la vida evolucionar. Cuando la humanidad creó pirámides enormes y comenzaron a mirar no sólo lo que tenían en frente sino al cielo y las estrellas... El Consejo creyó que por fin la Tierra podría unirse al resto del Sistema Solar.

Pero ese día no llegó.

Los siglos seguían avanzando para el tercer planeta, los cometas pasaban una y otra vez por el horizonte y la Tierra seguía su camino de traslación año con año, la humanidad hacía nuevos descubrimientos pero lejos de mirar con ojos de asombro lo que los rodeaba, lo veían como una oportunidad de conquista. Si los Solares hubieran querido, hubieran exterminado a la humanidad con una llamarada, pero eso tampoco ocurrió. No sabían si la espera era porque aún tenía fe en esa pequeña esfera azul o si de verdad los Solares habían decidido no mirar más en su dirección y esperar a que se masacraran entre ellos.

Nadie lo sabía.

Por primera vez en eones, el Consejo se había reunido para hacer algo. La Tierra estaba en juego: por un lado estaba la posibilidad de que se exterminara la humanidad y la Tierra tuviera un nuevo comienzo, también estaba la posibilidad de que el curso siguiera el mismo con la humanidad avanzando tecnológicamente pero destruyendo el planeta, de igual modo estaba la posibilidad de que los demás planetas fueran los que destruyeran a los seres humanos y una parte de ellos se fuera a sanar al tercer miembro de su sistema. Las posibilidades de la Tierra eran tan infinitas como el mismo número de estrellas.

Y los planetas elegidos lo sabían. Los mejores guerreros fueron escogidos, pero no sólo eran guerreros, eran condecorados no de la guerra, sino por el compromiso con sus planetas. Algo habían hecho por el bien de sus respectivos hogares y era por ello que iban a ver si la humanidad aún merecía ser salvada o exterminada. No habían enviado a guerreros nada más, puesto que su juicio sería demasiado duro con los seres sin alas y nada agraciados ante sus ojos... Pero si hubiese mandado a alguien demasiado blando su juicio tampoco sería algo de fiar, serían tan bondadosos y ciegos que perdonarían todas las barbaridades a los seres humanos.

Necesitaban equilibrio. Y solamente los guerreros condecorados por servicio a su planeta, eran los que encajaban en esa descripción de equilibrio. Lamentablemente Elayne no era la favorita, pese a tener el mejor historial en el campo de batalla y en el servicio a su planeta, no era precisamente lo que se definiría como una Recolectora estrella. La joven, que había estado al frente de su clase en todas las clases, fue reclutada por que uno de los señores más ricos y poderosos de Júpiter la había metido a la lista sin preguntar.

Pese a que concordaba en que la muchacha pasaría totalmente desapercibida en la Tierra, no estaba de acuerdo en que debían entregarle una corona. Una tiara era suficiente, pero ¿Una corona de Embajadora de Júpiter? Era demasiado. Sin embargo en cuanto la chica desplegó sus alas más grandes que su propio cuerpo nadie pudo discutirlo. Una de las siete coronas era para ella. Elayne sabía que no era la favorita, jamás había sido la favorita en nada. Era una chica más bien rara para ser Jupiteriana y estaba muy pocas veces en las fiestas del Palacio Teriano a las cuales su familia asistía sin falta. 

Molestaba incluso a sus padres, ya que tomaba a su hermana menor y la llevaba con ella, al obtener una nave había logrado viajar sin que sus padres le restringieran la salida o entrada de su casa. Cuando iba con su hermana, le relataba miles de historias y, casualmente, conocía cientos de historias de la Tierra. 

Elayne era todo lo contrario a la que un foráneo esperaría de Júpiter. Generalmente en sus campos de batalla había sido siempre subestimada por eso mismo, no parecía habitante del gigante gaseoso y en el fondo lo sabía, había aprendido a luchar con ello y en la mayoría de los casos, estaba acostumbrada a ello.

Cuando la corona llegó a su casa en una caja de cristal y otros regalos, no se molestó en abrirla; en parte porque no podía abrirla sin la llave y además preferiría abrirla y leer las cartas en privado no frente a sus familiares. La dejó del lado de copiloto que iba vacío y subió a la nave: era el modelo más nuevo en Júpiter, de un color violeta con rosa lleno de brillos color plateado, no necesitaba combustible alguno más que el calor de una o más personas a bordo. Después de comer con su hermana, prometió que volvería dentro de tres días. Durante esos tres días recolectaría información y en cuanto regresara a casa, le contaría todas las historias nuevas que aprendió. Llevaba consigo sus libretas personales y muchos materiales para que pudiese dibujar a gusto, pese a que le habían insistido en regalarle los mejores instrumentos digitales para el dibujo, los había rechazado siempre. Prefería poder colorear y sacarle punta a sus colores, los bosques que había en Júpiter eran diez veces más grandes que los de la Tierra y además de ello, ahora existía el plan de recuperación de los bosques en menos de un ciclo de traslación de la Tierra.

-Ninguna de las historias escapará de mi mente, lo prometo. 

Abrazó a su hermana y se colocó la pulsera para controlar la nave y desplegar los comandos del mismo color morado de la nave, salió disparada hacia el portal que siempre estaba sobre ellos en Júpiter. La gran mancha roja era para ellos en realidad, la forma de transportarse hacia el espacio. Tenía miedo, pánico de que la responsabilidad que le habían encargado fuesen demasiado para ella, pero aun así, con todo el miedo del mundo emprendió el vuelo. 

No había vuelta atrás.

***

En Plutón había una fiesta enorme. Sería mentira decir que no se sentían contentos de volver a unirse a su Sistema Solar. Los otros dos planetas permanecerían en su estatus de planeta enano y no sólo eso, sino que no formarían parte del Congreso Solar hasta que demostraran su valor dentro del Sistema.

Plutón siempre había sido pieza clave para la supervivencia del sistema, al estar en las afueras era sencillo para ellos poder detectar amenazas en el momento preciso para su contención pero no sólo eso, sino que además podrían señalar los más preciosos eventos, eran quienes veían eon tras eon cómo Andrómeda, la galaxia vecina, se acercaba cada vez más a la suya. El evento del choque entre las galaxias era el más sublime y destructivo para las civilizaciones en donde una vez que el agujero supermasivo lograba algo de "control" buscaban un nuevo hogar. 

Era un evento en el que las civilizaciones evolucionaban o sobrevivían de la destrucción.

Plutón era más bien astuto en el campo de batalla, jamás los guerreros de aquel lugar eran tan intrépidos como los de Urano o Mercurio, que más que pensar en un plan de estrategia era pelear hasta que quedasen más de ellos que de sus rivales. No era por que no pudieran ser así, sino todo lo contrario, preferían observar primero los pasos del enemigo y luego atacar. Sin embargo, Akira era un chico que no era observador del todo... O mejor dicho, no lo era para nada.

Disfrutaba de la música y de estar en casa o viajar solo, dependiendo del humor que tenía. Estar ocupado en sus asuntos y navegar entre las estrellas, era de los mejores guerreros en  cuanto se necesitaba, pero fuera de su campo de  batalla, era más bien tranquilo. Le mandaron la insignia de los representantes más importantes de Plutón, uno de los siete elegidos, para guiar a los demás Recolectores. 

Había rechazado el puesto, pero sus padres habían hecho que aceptara justo antes de irse rumbo a la Tierra. Suspiró, después de guardar sus cosas, en la nave de un amigo, los dos se dispusieron a viajar. 

A lo lejos podía ver el portal: Uno de los muchos cráteres de Plutón, el más grande, era el encargado de llevarlos fuera del planeta hacia el espacio exterior, cuando la nave estuvo fuera y vio las demás el chico se puso algo nervioso.

Al igual que las demás naves, entre más se acercaban al pequeño planeta, más nervio se juntaba en lo más profundo de su ser.

Nadie sabía lo que iban a encontrar.

Conectando Estrellas *Notas de autora*Where stories live. Discover now