2. Las reglas

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El silencio brillaba por su ausencia, voces fuertes provenían del aula y Byron apostaba que podía escuchar perfectamente los insultos hasta el edificio contiguo. Ni siquiera el ruido de algo golpeando la puerta lo hizo aminorar el paso, le gustaba ir tranquilo y seguir su ritmo, las enormes letras doradas sobre el umbral le dieron la bienvenida como cada año al aula A-69.

—He escuchado del mismo rector que el profesor es "especial" —dijo alguien lo suficientemente fuerte como para hacer que Byron lo escuchase desde el pasillo.

—Si resulta como el profe que nos dio la bienvenida, esto se pondrá interesante.

—Parecía una chica.

—A mi no me importaría nada, después de todo hay que sacar provecho de estar en esta cárcel —dijo el típico idiota al que le gustaba hacerse el gracioso para ganarse unas cuantas carcajadas.

En ese momento, Byron decidió dejar de hacerse del rogar y entró con toda la elegancia que su cuerpo emitía. Las voces cesaron y todas las miradas se posaron en él. Ni un solo alumno se libró de escanear el cuerpo completo de su profesor, era completamente opuesto a lo que esperaban si querían compararlo con Jeremy, eso lo sabía. Pero ninguno se esperaba lo que vendría a continuación.

—He escuchado del mismo rector que mis alumnos son "especialmente estúpidos", y es por eso que me han puesto a cargo, aunque una chica haría un mejor trabajo que ustedes —habló con la lengua afilada y un tono dominante, completamente erguido mientras dejaba su maletín en su respectivo escritorio.

—¿Cómo se atreve a...? —comenzó a decir uno de ellos, Byron ni siquiera le dirigió la mirada, pero lo cortó enseguida.

—Estableceremos las reglas desde el principio, para evitar los malos entendidos —continuó mientras se acercaba a las ventanas y corría de golpe las pesadas cortinas para dejar entrar la luz—. Detesto que me interrumpan cuando hablo, es una falta de respeto considerando que soy su profesor.

Aquella puñalada logró cortar las protestas de los insolentes.

—Antes de que digan cualquier cosa, me importa un bledo quiénes son sus padres, si son nietos de la reina de Averville o fueron recogidos de un basurero, para mí todos son igual de haraganes hasta que demuestren lo contrario —continuó mientras caminaba de regreso al frente y se adueñaba de la pizarra, dándoles la espalda—. Detesto la impuntualidad, después de mí nadie entra y una sola falta provocará una suspensión de tres días a menos que me traigan la prueba de que estuvieron a punto de morir enfermos en su habitación.

Escuchó un par de murmullos detrás de él que cesaron apenas comenzó a escribir, algún que otro chico ya se estaba preguntando en qué diablos se había metido al caer en esta clase.

—No soy su padre, su amigo o el encargado de limpiar después de que salgan, si no pueden seguir mi ritmo, no me voy a detener y ustedes van a salirse por su cuenta. No esperen que les pida un ensayo de sus vacaciones, no tienen cinco años y a ninguno de nosotros nos interesa. Respeten las reglas y haré lo mismo con ustedes. ¿Alguna pregunta? —inquirió dándoles la cara por primera vez. Comenzando a examinarlos uno a uno.

Había un silencio sepulcral tan intenso que en cualquier momento juraría que podría escuchar sus pensamientos. Algunos estaban sorprendidos, otros molestos y otros trataban de actuar de manera indiferente sin éxito, hasta que alguien al fondo alzó la mano casi con miedo.

—Profesor... ¿estaremos a su cargo en esta materia por todo el semestre? —preguntó con inseguridad un chico pelirrojo, cuyas pecas parecían rocío.

—Alcen la mano los que escogieron letras para el segundo semestre —ordenó Byron e inmediatamente toda el aula parecía querer alcanzar el techo—. Ahora los que eligieron historia contemporánea para el tercero —y ocurrió lo mismo—. Yo no doy un semestre de clases —aseguró Byron y escuchó varios suspiros de alivio, antes de continuar con una sonrisa maliciosa— Yo doy los tres.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Where stories live. Discover now