19. El violinista del diablo

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De nuevo llovía como si el cielo fuese a caerse en pedazos, a Sebastian no le hizo mucha gracia pensar que tendría que mojarse para llegar a su próxima clase después de haber perdido su paraguas.

El edificio sur estaba completamente vacío, podía escuchar perfectamente el golpeteo de las gotas de lluvia contra la entrada principal y el tamborileo de sus dedos contra la lata de soda que jugueteaban. Estaba vacío porque era la hora del almuerzo. Estaba inquieto porque no acostumbraba a estar en un edificio de dormitorios diferente al suyo. Y estaba impaciente porque Wild no había llegado.

¿Cómo había terminado pidiéndole a ese profesor que se encontrasen a la hora del almuerzo? En su edificio. En su dormitorio. Para buscar un formulario que no existía.

No sabía cómo, pero sí sabía por qué.

Cuando era solo un niño había descubierto que sus "malos presentimientos" no hacían referencia a cosas que sucederían o a las personas que lo rodeaban —como sucedía con esa peculiar habilidad de Ethan—, él tenía la indeseable facultad de saber cuando alguien estaba mal. Algo que era útil, pero no favorable. No importaba si conocía a las personas desde hacía años o apenas unos minutos, él solo lo sabía, y odiaba saberlo.

Porque saber y no hacer nada debía convertirlo en una mala persona. Es por eso que el cielo estaba lleno de ignorantes.

Eran muy pocas las veces que realmente pensaba en entrometerse, pero cuando lo hacía, terminaba ganando algo que no sabía si agradecer o no. Pues así había conocido a Ethan, a Simon y así había aceptado a su padrastro. Tener amigos no era malo, pero su tendencia a sobreproteger lo que le importaba era algo que no estaba bajo su completo control.

—O solo tengo un estúpido complejo de hermano mayor —masculló mientras le daba un último trago a su bebida.

Había dos razones por las que no había abandonado el edificio en estos diez minutos.

La primera: Llovía como la mierda, no saldría, aunque tuviese que perder el descanso, de hambre no moriría.

La segunda: No quería, necesitaba ver a Wild.

Ese estúpido presentimiento de que algo no estaba bien lo estaba molestando, y lo ignoró lo suficiente hasta ahora, pero cuando comenzó a entrelazar pequeños sucesos —como que el profesor se hubiese desmayado a mitad del pasillo, verlo tan distraído y que estuviese más susceptible—, tuvo que aceptar que algo le ocurría. Además... darse cuenta de que inclusive ese hombre podía dejar caer su máscara para sonreír, había llenado el vaso de ansiedad de Sebastian.

Cuando se dirigía a depositar su lata vacía en el basurero, escuchó las puertas de la entrada abrirse y cerrarse con rapidez, añadiendo algunas quejas de por medio.

—Estúpida lluvia, ya ni siquiera puedo librarme de ella en los pasillos —musitó el profesor Wild antes de que pudiese percatarse de la presencia del moreno.

Y Sebastian fue consciente de la extraña sensación que pareció envolverlo cuando miró al profesor.

Sus rizos rubios se habían revuelto con rebeldía, húmedos y con pequeñas gotas deslizándose por ellos, haciendo brillar su saco por segundos al momento de caer. Lo interesante era que sus mejillas podían estar tan pálidas como su piel, pero sus labios no parecían ceder a ningún tipo de temperatura, éstos permanecían rojizos siempre que podían.

Interesante.

—¿Has esperado mucho? —preguntó cuando reparó en su estudiante, mientras se deshacía de algunas perlas de agua en su frente con el dorso de la mano— No, espera, mejor no me respondas. Estoy seguro de que fue así. Disculpa, la última clase duró más de lo que debía.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora