Final [I]

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La virtud, esa perfectamente efímera disposición para hacer el bien, no se encuentra en todos los seres humanos. En clases, Byron muchas veces se había encargado de definirla, pero nunca fue tan esencial como para estudiar con detenimiento las palabras de Aristóteles que él mismo citaba. El filósofo y científico, la definía como un hábito: "La virtud es la racionalización de la parte irracional del alma, su «domesticación»". Y para ser justos, el ego de Magnus había cegado a su propia consciencia, evadiendo el hacer frente a la parte irracional de su alma, aquella que creyó que no existía. Era muy tarde para comprender que ni siquiera él podía domesticar el amor.

Para explicarlo mejor, una costumbre, ya sea buena o mala, con tiempo y esfuerzo puede desaparecer. Pero un hábito... ¡Ah, es mejor no mencionarlo! ¡Va más allá del esfuerzo! Es donde comienza la fuerza de voluntad, pero puede ser aún peor, pues el hábito puede convertirse en vicio. Pocos son los hombres capaces de dominar sus propios deseos, es por eso que pasamos toda una vida rodeados de códigos morales que, obligándonos a restringir los más profundos placeres, cuidan de un equilibrio en la paz.

Al enfocar todos estos pensamientos en un hombre como Magnus, podemos hablar de sus hábitos que, aunque no siempre pueden ser clasificados como buenos o malos, abundan en su vida diaria. El hábito de leer sus libros favoritos una y otra vez cuando necesita despejarse, el de preferir aquellos con pasta dura por el placer estético y una lujosa comodidad, o el de rodar los ojos cuando desea evadir una pregunta.

Y no podemos olvidarnos de sus obsesiones.

La peor de ellas, solo pudo ser relacionada con el vino y noches en vela, descuidos de salud cuando su mente deseaba trabajar por su cuenta. Era su cuerpo el único que siempre representaba una desventaja, pues cuidar de sí mismo pocas veces había gozado de ser una virtud.

Pero Magnus no tenía ni la menor idea de lo que significaba tener una obsesión, hasta que conoció a Ethan.

Nadie le advirtió el precio que debía pagar por alcanzar lo que muchos llamaban paraíso y que, al mismo tiempo, podría serle arrebatado en el ínfimo parpadeo de un beso. Tuvo mucho tiempo para reflexionar respecto a su propia realidad, y como si le hubiesen retirado una eterna venda de los ojos, lo abrumó saber que pocas veces había sido honesto consigo mismo.

Cuando miraba hacia atrás, en el inicio de un año que rayó en lo desastroso, se recordaba como un hombre sin otra ley más que la suya. Alguien cuya voluntad no solo se respetaba, se imponía; pero que en un chasquido se vio sometida por la mirada de un chico que no tenía interés en nada más que su presente.

Era imposible, aún ahora, olvidarse de esos hipnotizantes ojos verdes.

Magnus miró por última vez el libro que sostenía entre las manos, y decidió que la nostalgia había ganado la batalla. Lo dejó sobre el escritorio, y con un suspiro meditó nuevamente aquello que no le permitió dormir por más noches de las que su memoria pudo contar. Por lo general, no consideraba prudente divagar entre recuerdos que oprimían su razón, dejando un sabor amargo en el paladar que anhelaba más de ellos, hasta hundirse por completo en los brazos de un pasado que no volvería a formar parte de su vida.

Sin embargo... el corazón siempre hace lo que quiere.

Miró de nuevo el libro abandonado, aquel cuya copia decidió regalarle al dueño de todas sus miradas perdidas. Ahora poseía un significado tan distinto, que bastaba con pasar por sus páginas para que salieran a la luz los recuerdos de su oficina, las clases privadas, las sonrisas robadas cuando creía que ninguno de sus secretos podría pasar por la puerta de esa biblioteca que protegía el cariño que dejó crecer más allá de lo que consideraba correcto. Magnus continuaba, hasta ese día en el que sus mañanas carecían de sentido, perdidamente enamorado.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Where stories live. Discover now