Final [III]

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Pasó miles de kilómetros persiguiendo el manto de la noche hasta la salida del sol, soñando sobre las horas con los ojos abiertos y la mirada perdida, buscando respuestas en una ventana tan pequeña que le hizo olvidar que sus amaneceres eran mucho más grandes.

Le tomó seis largos meses, pero por fin estaba a punto de aterrizar en casa.

Negar los cambios en esas nuevas vueltas que dio la vida, era tan inútil como fingir que por fin los había aceptado. Ethan lo veía regularmente en el espejo, todos los días había algo diferente, como si el tiempo tampoco diera tregua a las heridas que dejaron las duras batallas consigo mismo. Por desgracia, su memoria mantenía todo demasiado fresco, demasiado vivo.

Recordó la primera vez que se subió a un avión, fue en este mismo aeropuerto. Tenía el corazón destrozado y lágrimas en los ojos, no se detuvo a considerar si estaba nervioso, si llegaría a tiempo. No le aterraban las nuevas experiencias, ni le generaba emoción visitar un lugar que era protagonista de sueños y películas, estaba demasiado ocupado abandonando las esperanzas por cada minuto que transcurría alejándose de su hogar.

Se dice que la distancia es el bálsamo para los corazones rotos que desean olvidar que alguna vez fueron amados. La realidad es que no todos los amores resisten con coraje la ausencia, son pocos los que resisten con una inhumana paciencia para ser recompensados. Pero para Ethan, no fue más que un constante dolor en sus recuerdos.

Lo primero que aprendió al llegar a Inglaterra, fue que el supuesto alivio de la distancia era la mentira más grande que había tenido la oportunidad de experimentar. Creyó que los miles de kilómetros se convertirían en una anestesia compuesta por nuevos rostros, calles e idiomas, que su memoria reemplazaría todo aquello que oprimía su pecho con experiencias nuevas, y dejaría en el olvido las noches en vela en las que el insomnio le pedía a gritos que le devolviera lo que le había arrebatado. Estaba seguro de que no existirían los reclamos para alguien que ya no estaba a su lado, que no se requería más que fuerza de voluntad para olvidarlo, y que un día despertaría sintiéndose un hombre afortunado.

Pero qué ingenuo era todo aquel que estaba enamorado.

Ethan juzgó en silencio a ese recuerdo de él mismo en el pasado, propenso a sufrir por sus memorias y la capacidad de perdonar hasta el último de los pecados, aunque al final no fuese capaz de afrontarlos. Ese intercambio le enseñó muchas cosas, las más importantes fueron sobre sí mismo, y las más alarmantes, que un desamor no era el fin del mundo.

Volvía con nuevos anhelos, prioridades y deseos. Con una aspiración menos difusa, con una meta para sí mismo, y con nuevas dudas sobre su futuro. Podía sentir la ansiedad en su estómago cuando recordaba la carta que llevaba en su maleta de mano. Era más fácil recuperarse cuando sabía que en algún momento tendría que volver a Haverville Rogers, cuando sabía que sus días en Inglaterra estaban contados, podía pasar más tiempo olvidándose de sus pesares para vivir más de lo que había ahí afuera.

Pero todo había cambiado, ahora tenía la oportunidad de quedarse ahí sin pensar en volver.

Gruñó mientras todos se preparaban para el descenso, masajeándose la sien sin escuchar lo que decía la azafata y preparándose para salir con prisa de ahí.

Necesitaba ver a Sebastian, probablemente lo escucharía enumerando cientos de razones por las que debía aceptar ese trato, tenía una beca y nada de qué preocuparse, lo haría entrar en razón y disiparía las dudas momentáneamente. Aunque después tuviese que encontrarse con su hermano, y Nicholas haría justo lo contrario, seguramente intentaría obligarlo a quedarse, mientras su pobre madre solo diría que hiciera lo que hiciera, estaría orgullosa de él.

Pero si la respuesta era tan obvia... ¿por qué tan siquiera lo estaba pensando?

Suspiró como antes, como el Ethan que se subió por primera vez a un avión.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Where stories live. Discover now