31.

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Kalia.

Respiré hondo aspirando el bello aire de la libertad.

La banca de madera tallada en la que estoy sentada es larga y el rojo de las rosas de los arbustos que decoran el pequeño patio me entretienen.

—Hoy es un bello día ¿No lo crees?

Recibí desde mi espalda un beso de mamá de June en mi mejilla y le sonríe en respuesta.

—Sí, lo es.

—Se parece a usted, princesa —escuché una voz masculina a mis espaldas y giré encontrando al chico que había invadido la casa de los abuelos desde días atrás.

—No lo creo, está haciendo sol y yo me represento con todo menos con la luz.

— ¿Por qué? —preguntó curioso.

—Iré a terminar el almuerzo —mamá June se marcha dejándome junto al chico castaño que está en el umbral de la puerta.

—No lo sé —me encogí de hombros como respuesta a su pregunta.

— ¿Alguien se lo ha dicho? —indagó más—. ¿Alguien alguna vez le han hecho sentir como si fuera la parte oscura de un bello cuadro colorido?

—No —negué rápidamente—, pero si me han hecho sentir como la causa del problema en un bello y perfecto cuento de hadas.

El recuerdo de aquella conversación pasada que tuve con lord Eduardo se esfuma y simplemente queda el arbusto de rosas rojas que está ante mí en este momento.

—Su alteza —un par de piernas remplaza el arbusto y alzó la mirada encontrando a un hombre de cabello negro y barba, la vestimenta de color negro que carga lo distingue como un soldado— ¿Me acompaña a una pieza?

Después de nuestra presentación, los soldados se han dispersado en el campo verde de entrenamiento, algunos están lanzando flechas probando su puntería, otros disparando a cuerpos de madera y el resto han armado una fogata y han sacado un tocadiscos y un cajón de cerveza para pasar el rato.

No tengo idea del porque entre tantos lados llegué a este, oh sí, capaz y estoy aquí por el aire ameno y ligero que se respira... A diferencia de estar allá donde los disparos son soltados sin medida alguna incitando la violencia hasta en momentos de descanso.

Claramente André es uno de los tantos que está disparando.

—Sería un gran gusto —asiento lentamente recordando al hombre que está frente mío—, sin embargo, al hacerlo me tocará aceptarle piezas a si quiera un diez por ciento de todos los hombres que están aquí y ¿Usted se imagina cuanto me dolerán las piernas mañana?

Suelta reír entre bajo.

—Habría una solución muy certera para ello —se encoge de hombros.

Para ser sincera no busco dar excusas, solo quería eso: saber su verdadero objetivo.

Mis cejas se arquean.

— ¿Cuál?

—Que nos del permiso para bailar con las mujeres que la asisten... —sus palabras algo apresuradas me sacan una gran sonrisa—, así usted no tendrá el compromiso de bailar con aquel diez por ciento de hombres. Rechace mi invitación que yo acepto con gran respeto y gusto su decisión y me iría a buscar una nueva pareja entre sus mucamas.

—Ellas no están prohibidas de nada —le hago saber—, si usted o cualquiera de los presentes está interesado por bailar o de algo más con alguna de ellas, podrían hacerlo sin traba alguna de mi parte...

AUREKEA. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora