Acto 13- Maya

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Maya se llevó una mano a la cabeza. El dolor no había hecho más que empeorar y ninguno de los analgésicos que le habían recetado parecía aliviarlo. No había dormido en toda la noche, el incidente en el Bella Vie le daba vueltas una y otra vez en la cabeza. Como no podía dormir, se dedicó a jugar con los perros de su amiga esperando que el sueño llegara, pero al final, los perros se cansaron y se retiraron a dormir en sus camas, dejando a Maya sola con sus pensamientos.

Cansada y somnolienta, decidió acomodar los libros en de la sala y sacudir el polvo de muebles de colores pastel y los adornos de porcelana de animales que Elena solía coleccionar.

Estaba recostada en el sofá, sin apartar la mirada del teléfono, por si Marcus decidía responderle alguno de sus mensajes. Elena salió del baño y, al verla todavía en la misma posición, le quitó el teléfono de las manos.

—Confiscado —informó mientras se sentaba en una de las butacas de la sala.

Maya hizo un puchero.

—Lo necesitaré si él decide contestarme.

—No, solo lo empeorarás más. Dale un tiempo.

Maya había estado pendiente toda la mañana por si Mónica publicaba los videos en las redes, pero hasta ahora, la chica no había pronunciado una palabra sobre el altercado y eso le preocupaba. ¿Qué estará tramando?

—Nunca me va a perdonar —sollozó—. Me lo había confiado a mí, solo a mí.

—Ya lo hará, solo dale tiempo —respondió Elena. Los perros se habían acercado a ella y se habían echado a sus pies—. Me envió un mensaje esta mañana preguntándome que te había pasado en la cabeza.

—¿Qué le respondiste? —preguntó Maya, incorporándose tan rápido que se mareó.

—Es tu historia Maya, tú decides si contarla o no. Solo le dije que estabas bien.

Maya se volvió a acostar. Cleopatra aprovechó para subirse encima de ella y hacerse un ovillo en su pecho. Maya extendió la mano para acariciarla.

—No sabes lo que haces, Maya —le dijo Elena, esbozando una sonrisa—. Ahora te convertirá en su esclava.

Maya rió y la gata protestó por el movimiento.

—¿Cómo sabías que estaba en problemas? —preguntó mientras le acariciaba a Cleopatra detrás de la oreja.

—Fue una casualidad, iba a invitarte a ir al café.

Maya levantó la ceja, sosteniendo su mirada. Conocía a Elena lo suficiente para saber cuándo mentía. "¿Tendría también un Titiritero?" Sacudió la cabeza. Aquello no podía ser posible.

—Tú madre vino mientras te bañabas y te trajo sopa. Me hizo prometer que te diría cuánto lo sentía —añadió Elena.

Maya frunció el ceño. Todo lo que había ocurrido era su culpa.

—Voy a cambiarme para ir a clases, le explicaré todo a los profesores —avisó Elena, poniéndose en pie—. Puedes calentar lo que quieras, pero por favor no cocines. La última vez incendiaste el sartén y carbonizaste la comida.

—No fue tan malo —protestó Maya.

—Tuvieron que venir los bomberos —le recordó Elena.

Maya sonrió avergonzada.

—Márchate antes de que se te haga tarde, prometo no incendiar la casa esta vez.

Antes de marcharse, Elena le devolvió el teléfono. Maya se dedicó un rato a jugar con Max y Noé, pero pasado un tiempo, los pensamientos volvieron a ocupar su mente. Fue al baño y se puso un short de mezclilla y una blusa de mangas largas de color amarillo con un lazo blanco en el centro.

Mirándose al espejo, acomodo su pelo de forma que cubriera el vendaje en la cabeza.

—Podías haberme avisado, Titiritero —reprochó mientras se aplicaba una capa de labial rosa sobre sus labios y un poco de rubor en sus pálidas mejillas.

—Sabes que no puedo intervenir —contesté.

Maya levantó la mirada hacia el techo.

—¿De qué me sirve tener un narrador si no puedo adelantar ni una escena?

Sus ojos brillaron de esperanza cuando escuchó el sonido de un mensaje. Sacó rápidamente el teléfono del bolsillo, esperando que fuera Marcus, pero solo era Elena diciéndole que los profesores habían entendido la situación y que incluso Hendrix le mandaba sus mejores deseos.

—¿Cuántos de ustedes existen? —preguntó Maya, devolviendo el teléfono a su bolsillo.

—Somos tantos como estrellas en el universo, cada uno con su propia misión. La mía, al igual que la de otros de mis hermanos, es narrar. Solo soy un simple espectador en esta obra.

—¿Entonces es posible qué alguno de ustedes o tú narre la historia de alguien que conozco?

—Tal vez. Los hilos del destino suelen ser caprichosos.

Maya le dio de comer a los perros antes de salir de la casa. Estuvo caminando en el parque sin dirección ninguna cuando el cielo se llenó de nubes negras y comenzó a llover. Habían anunciado una tormenta, pero Maya no temía. En ese momento no había tormenta que pudiera detenerle en su propósito.

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