Acto 27-Javier

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Javier se cubrió los oídos con las manos, los ronquidos de su compañero de apartamento lo habían molestado toda la noche. Lo había traído un joven pelirrojo en la madrugada, borracho. El nivel de alcohol en su sangre era tanto que Javier creía que podía alertar a todos los alcoholímetros en el radio de un kilómetro. Lo habían tenido que llevar a su habitación y acostarlo en la cama. Javier intentó darle un poco de agua, pero el chico se negó. Les dio las gracias y pidió que lo dejaran solo.

Al día siguiente, ojeroso y sin dormir, se vistió con un suéter ligero y unos jeans para ir a clase. Marcus estaba en la cocina, con la cabeza apoyada en la encimera y los brazos extendidos. Javier no dijo nada cuando pasó por su lado. Preparó dos cafés, uno de ellos lo hizo lo suficientemente amargo como para devolverle la vida a su compañero.

—Gracias —dijo Marcus, incorporándose cuando Javier se lo colocó delante. Se acercó el café a los labios y bebió dos sorbos—. Discúlpame por lo de anoche.

—Deberías agradecer al chico que te trajo, ¿lo conoces?

Marcus negó.

—Lo he visto otras veces en el café, pero ni siquiera sé su nombre —contestó avergonzado.

Javier le colocó una mano en el hombro.

—Se que no es de mi incumbencia, pero ¿qué te sucedió para que regresaras así?

Marcus tomó otro sorbo de café.

—Fui a un encuentro al café para que dejaran de molestar a mi exnovia. Entonces ella llegó y entendió todo mal —tragó saliva—. Las cosas se salieron de control.

Javier se volteó para cocinar unos hotcakes, no quería hurgar más en la herida. La expresión adolorida de Marcus era más que suficiente para comprender cuanto le dolía. Javier conocía por experiencia propia el sentimiento.

—¿Quieres sirope sobre tus hotcakes? —preguntó, colocando los recién hechos encima de un plato. Levantó la cabeza por encima del hombro para ver a Marcus dedicarle una leve sonrisa—. Sé que llevas una dieta estricta.

—Llevo vomitando la dieta toda la mañana, ponle lo que quieras.

Javier sirvió los hotcakes y se sentaron en silencio a comer. No sabía que más podía hacer para apoyarlo. Marcus terminó su plato y le dio las gracias antes de lavarlo y volver a su habitación.

Javier se apresuró a marcharse a clases, ese día no tenía trabajo así que lo aprovecharía en visitar a Elías. Para su sorpresa, Hanna lo esperaba a la salida de la universidad para ir juntos al hospital. Llevaba en sus manos una bolsa con un pastel de manzana que ella misma había horneado. Javier no pudo evitar sonreír al verlo. Hanna sabía cuál era su pastel preferido.

—¿Han vuelto? —preguntó Eva con discreción. Javier miró discretamente a Hanna que le contaba a Elías la anécdota de su primer pastel. Elías de estar consciente la hubiese mandado a callar y luego le hubiese pedido una degustación del pastel.

—No, solo somos amigos.

Eva lo apartó un poco para poder hablar con más comodidad.

—Javier, no es necesario que vengas todo el tiempo. Aprovecha que volviste a encontrarte con Hanna y sal un poco, lo necesitas.

—Pero Eva...

—Ya sé lo que vas a decir, hijo. Elías necesita saber que has vivido mientras él estaba durmiendo y no que te quedaste sin hacerlo porque te consume una culpa que no te pertenece. Inténtalo, prueba nuevas cosas, sal con la linda chica que es evidente que todavía siente algo por ti. Lo que sea, pero vive.

Javier abrazó a Eva, quien sonrió sorprendida. Al alejarse, se limpió las lágrimas.

—Vamos a probar lo bien que hornea tu amiga —le dijo Eva, dirigiéndose a la mesa para cortar el pastel y servirlo en platos—. Necesitas ganar peso.

Javier ayudó a Eva con los platos y se sentó junto a Hanna para disfrutar del delicioso pastel. Esa noche, Elías tuvo una complicación y los doctores tuvieron que administrarle varios medicamentos para estabilizarlo. Javier y Hanna se quedaron toda la noche con Eva y la consolaron cuando los doctores emitieron su pronóstico. Elías estaba muriendo y no había nada que pudieran hacer para salvarlo.

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