Acto 23 -Javier

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Por primera vez, Javier se concentró en anotar todas las explicaciones del profesor. Quería ayudar a sus compañeros de trabajo y poder explicarles qué hacer en caso de una demanda como la que habían ganado contra la ladrona de joyas del museo. Estaba interesado en la forma en que las leyes se aplicaban a la ciencia.

Iba caminando por la calle en dirección a la cafetería ubicada a la salida de la universidad cuando se encontró con Hanna. La chica estaba tomando una soda en una de las mesas de la cafetería. Usaba un elegante vestido blanco y azul con el logo de la universidad y llevaba el largo cabello negro recogido en una larga trenza y los labios pintados de un intenso rojo como la primera vez que él la vio junto a sus amigas justo donde ahora estaba sentada. Javier reconoció los pendientes plateados que le había regalado en su segundo aniversario.

Al verlo, le hizo señas para que lo acompañara. Javier vaciló un momento, pero luego accedió.

—Hola Javi, ¿cómo estás? —preguntó con cautela.

—Hola, Hanna. Hace mucho no te veía. —En realidad, Javier la había visto unas cuantas veces por los pasillos, pero nunca lo admitiría.

Hanna sonrió.

—Sí, es cierto. ¿Ya no trabajas en el restaurante?

Javier apoyó la cabeza en su mentón y estiró las piernas.

—Renuncié, ahora tengo un nuevo empleo.

Javier sonrió al recordar a la misteriosa chica de cabello rojo. Le pediría su número sin dudarlo si el destino fuese generoso y volviera a unir sus hilos una vez más. «¿Qué crees Titiritero?», pensó.

—Qué bueno, me alegro mucho por ti.

Hanna le enseñó el menú.

—¿Tomamos algo?

—Por supuesto —contestó Javier.

Le hicieron señas a un camarero para que le trajera unas sodas y una bandeja con frutas.

—¿Cómo te has sentido? —preguntó Hanna, rompiendo el silencio.

—El tratamiento va muy bien —admitió, llevándose un trozo de manzana a la boca.

Hanna se mordió el labio antes de hablar.

—Quería pedirte disculpas, no estuve ahí cuando lo necesitabas. Tuve mucho miedo y...

—Leí la nota —interrumpió con ironía.

—Javier, no dejabas que nadie se acercara a ti —replicó—, aún lo haces. Está bien necesitar ayuda.

—Está bien, Hanna.

Javier le entregó la otra manzana picada en tres trozos como a ella le gustaba, a Hanna se le humedecieron los ojos al recordar todos sus momentos juntos.

—Gracias, Javi.

Él le dedicó una sonrisa sincera.

—Sanar es más complicado de lo que parece —admitió.

—¿Tienes clases en la tarde? —le preguntó Hanna.

—He terminado por hoy.

—¿Me acompañas a visitar a Elías? También le debo una disculpa.

Javier asintió.

—Le alegrará escucharte.

Al principio, todos visitan a Elías, le llevaban flores y globos con distintas frases de ánimo, pero después de un tiempo y al disminuir la posibilidad de que Elías despertara, solo quedaron Eva y él.

Ambos se dirigieron al hospital. Hanna enmudeció al ver el estado de su amigo y Javier se apresuró a tomarle la mano cuando las lágrimas comenzaron a salir. Eva los había dejado solos con la excusa de prepararles una merienda, pero en verdad, odiaba la cara de lástima de todos los que llegaban a la habitación. Ninguno quería aceptar que con cada día que pasaba, Elías tenía menos probabilidad de vivir.

—Se me ocurre una idea —propuso Hanna, secándose las lágrimas y dándose unos golpecitos en la cara—. ¿Por qué no me cuentas sus mejores anécdotas?

Javier se pasó la mano por el pelo, nervioso.

—No lo sé.

—Vamos, estoy segura de que le alegrará volver a escuchar sobre esa vez que se perdieron durante una escalada o cuando decidieron darle la vuelta al mundo en bicicleta y apenas habían recorrido veinte kilómetros, se rindieron.

Javier sonrió al recordar esos momentos y otros que había compartido con su amigo. Se acercó a la cama y, tomando su mano, le dijo:

—Hermano, espero que despiertes antes de que cuente todos sus secretos. Y te recuerdo que hay algunos que le pondrán las mejillas coloradas a Hanna al escucharlos.

Hanna se colocó a un lado de la cama y le indicó a Javier que continuara. Javier así lo hizo y, sin dejar de sostener su mano, narró cada una de sus historias hasta llegar la noche. Eva se unió después, riendo con las ocurrencias de Elías. Por esa noche, se permitieron tener esperanza. 

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