Acto 24 - Javier

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Javier recibió la calificación de su examen con una amplia sonrisa, había sacado la máxima calificación en una de las pruebas más difíciles de superar. Había estudiado sin descanso noche tras noche, incluso en los momentos libres en el trabajo. Gonzalo siempre lo alentaba a llevar los libros para después burlarse de los gruesos tomos. También había llevado los dientes de Megalodón para mostrar lo grande que eran. Gonzalo había atado uno de quince centímetros a su linterna para asustar a unos adolescentes que querían hacer grafitis en las paredes del museo.

Durante la clase, el profesor tomó un tiempo para impartir un curso sobre la bolsa de empleo. Abordó los distintos lugares donde podían realizar sus prácticas. Los Museos eran uno de ellos. Javier se alegró al comprobar que podía combinar sus dos pasiones sin renunciar a ninguna.

Estaba tan feliz, que entró tarareando al laboratorio. Reinaldo —el paleontólogo jefe del departamento—, le indicó una mesa libre. Javier tomó la caja con los fósiles y ocupó el lugar junto a él. Reinaldo era un hombre alto, de entradas, con el pelo corto y canoso, nada parecido al aspecto típico atribuido a los paleontólogos. De hecho, Javier solo conocía a una persona con esas características. Si no fuera porque el bigote le causaba comezón, lo dejaría crecer lugar de rasurarlo.

—Es bueno verte sonreír, Javier —le dijo, dándole unos golpecitos en el hombro— ¿Qué vas a investigar hoy?

Javi se quedó un minuto en silencio, pensativo.

—Creo que voy a optar por los equinodermos, aún me cuesta un poco identificar las especies.

—Buena elección. En el librero —señaló al espacio abarrotado de libros al final del pasillo—, encontrarás toda la información sobre los invertebrados, y algunos artículos recientes.

—Muchas gracias, profesor.

—De nada Javier. Siempre es un placer ayudar a jóvenes como tú —sonrió—. Voy a estar en mi puesto limpiando los cascarones de huevo de la nueva exhibición, si necesitas mi ayuda, no dudes en decírmelo.

—Gracias, así lo haré.

Javier concentró su atención en el complicado grupo, anotando los caracteres que le generaban dudas y dibujando en su cuaderno los especímenes que iba analizando. Los erizos fosilizados le parecían galletas decoradas con flores encima, eran muy similares a los erizos actuales que él recolectaba en la playa para hacer comparaciones. Del grupo, las estrellas de mar eran sus preferidas. Tardó más de una hora en poder identificar correctamente los primeros cinco ejemplares la primera vez que Reinaldo lo instó a estudiarlos.

Terminó exhausto. Entre el trabajo, los estudios y la investigación de las colecciones, apenas le quedaba tiempo para hacer otra cosa. Aunque estaba empezando a oscurecer, necesitaba correr, las rodillas llevaban días molestándolo. El clima lluvioso había comenzado y resultaba fatal para sus huesos fracturados.

—Te veo feliz, Javi —le dije.

Javier se colocó los tenis, esbozando una amplia sonrisa.

—Me siento feliz, Titiritero.

Comprobó que el cielo estuviera despejado y que no hubiera probabilidades de tormenta antes de salir.

—Hace mucho que no me hablas —dijo, a modo de regaño.

—No necesitas escucharme para saber que estoy aquí.

Javier asintió.

—¿Vas a salir a correr? —preguntó su compañero de piso. Él vestía un mono deportivo que no hacía nada por ocultar sus prominentes músculos.

—Sí, es tarde, pero aun así lo necesito.

—¿Puedo acompañarte? —le preguntó—. No he tenido una buena semana.

Javier notó la tristeza en sus ojos. En los últimos días, la música que provenía de su habitación se había vuelto deprimente. Javier no sabía qué le pasaba ni se atrevería a preguntar, pero entendía la necesidad de liberar el peso extra.

—Por supuesto, Marcus. Pero te advierto que mi paso es lento. Tuve un accidente y aun mis huesos no se recuperan del todo —le dijo.

Marcus había visto las cicatrices en más de una ocasión, y a diferencia de las otras personas, le había hablado con normalidad.

—No hay problema —aceptó.

Salieron a correr al parque. Javier reprodujo en sus audífonos una playlist que Marcus le había pasado antes de salir. Esta vez no corría para liberarse de sus pensamientos, todo lo contrario; lo hacía para aceptarlos.

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