Acto 26 -Javier

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Javier era consciente de que su parada había pasado, pero no le importaba. No era la primera vez que la veía tomar la misma ruta y por primera vez, coincidió en el mismo viaje. La había reconocido desde que puso un pie encima del autobús. Ella llevaba un vestido amarillo de lunares negros que hacía juego con su camisa negra de cuello alto con detalles dorados en las mangas. Cuando el asiento frente a la chica quedó libre, Javier no tardó en sentarse.

—Me llamó Maya —le dijo con una amplia sonrisa. Javier se la devolvió—. Creo que lo del grillo de la suerte está por verse.

Javier soltó una carcajada.

—Nos volvemos a ver.

—Nos volvemos a ver —repitió ella—. Esta vez no estás fumando en un espacio público, me quitas la oportunidad de regañarte.

Javier sacó de su bolsillo el vaporizador.

—Aún puedes hacerlo.

Maya se echó a reír.

—¿Vives cerca? —le preguntó con curiosidad.

Javier miró por la ventanilla.

—Tres paradas atrás —confesó—. ¿Y tú?

—Una.

Los dos se miraron y luego comenzaron a reír a carcajadas.

—Bueno, ¿qué te parece si... —tragó saliva—, te invito a algo? No sé, creo que debemos celebrar la coincidencia. Te prometo no fumar.

La chica bajó la cabeza pensativa, por unos instantes Javier pensó que se había excedido con la propuesta, apenas se conocían. Se dio un golpecito en la frente, maldiciendo.

—Tengo que hacer unas compras —respondió después de lo que a Javier le pareció una eternidad.

—Ah, entiendo —respondió en un susurro.

—Pero si me acompañas, podemos tomar algo después —añadió ella con las mejillas ruborizadas.

Javier pestañeó.

—Será un gusto servirte de escolta —respondió sonriente.

Javier la acompañó a una tienda de manualidades donde la chica compró una serie de cosas que, según le explicó, era para darle un toque de vida a los tenis viejos de sus clientas. Le mostró las fotos de los que había hecho y las ideas que tenía para los nuevos diseños.

La noche no tardó en cubrirlo todo con su manto. Javier y Maya eligieron un lugar a la orilla del río para continuar conversando. El restaurante era al aire libre y estaba decorado con arcos de luces de colores que proyectaban flores en movimiento sobre sábanas blancas.

Maya acarició los pétalos rojos del tulipán del centro de mesa.

—Es mi flor favorita —confesó Maya, sin dejar de mirarla.

—Combina con tu cabello —le dijo Javier, observando cómo los mechones sueltos ondeaban con el viento. Ella se lo acomodó tímidamente detrás de las orejas.

—¿Te dieron el empleo?

Javier le contó lo que había sucedido después de llevar a la ladrona al cuarto de seguridad y juicio del que tuvo que formar parte después. Hizo una pausa cuando el camarero le trajo las bebidas y dos órdenes de sushi.

—Lo siento, te he aburrido —dijo Javier, apenado.

Maya negó con la cabeza mientras se llevaba un trozo de sushi a la boca.

—Para nada.

—Cuéntame de ti —le dijo él. Maya se encogió un poco en su asiento.

—No hay mucho que contar.

Javier notó el tono triste en sus palabras. Maya volvió a concentrarse en la comida y a Javier se le hizo un nudo en la garganta cuando trago una porción de sushi. Aquello estaba saliendo mal.

Cuando el camarero se acercó nuevamente, habían terminado casi todo el contenido de su plato sin hablar.

—¿Desean algo más de beber? —preguntó con amabilidad el camarero.

—Frappuccino —contestaron al unísono.

El camarero asintió con una sonrisa y se marchó en busca del pedido.

—¿Te gusta le café frío? —preguntó Maya, arqueando una ceja.

—Me encanta —contestó Javier.

—¿Qué crees de los que dicen que así no se debe tomar el café? —preguntó ella con el ceño fruncido.

—Que es ridículo, da igual si prefieres el café frío o piñas en la pizza —se encogió de hombros—. Si todos tuviéramos los mismos gustos, el mundo sería completamente aburrido.

—Es cierto —concordó Maya.

—¿Por qué no damos un paseo? Me interesan tus gustos raros—propuso Javier.

Maya asintió. Pidieron el café para llevar y salieron a caminar por los alrededores del río. Durante todo el trayecto hablaron sin parar de todo lo que les gustaba y cuando Javier acompañó a Maya de vuelta a su casa, se quedaron con ganas de seguir hablando más.

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