Prólogo

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Los ojos le escocían por el sudor, la humedad le impedía respirar y sus piernas castigadas no le permitían seguir corriendo así que cayó contra suelo, jadeante y aterrorizada.

- No es buena idea, desde un principio nunca lo fue. Por favor, por favor no lo hagas.

- ¡Sh! No hay más opciones y no hables tan alto.

Con fuerza la estrechó entre sus brazo, sabía que no la volvería a ver, que moriría haciendo lo que debía hacer. Pero por eso no era menos doloroso.

Las puertas se abrieron y proyectaron sobre ellos la luz rojiza de la encarnizada batalla que allí se gestaba. En un último gesto de intimidad su mano acarició su cara y sus labios se despidieron de los de ella. Las palabras que sus oídos no querían escuchar, llegaron como un susurro, una despedida que provocó que su corazón latiera al ritmo de esas tres últimas palabras "Te querré siempre".

Las puertas se cerraron de golpe y la oscuridad trajo con ella la soledad. Las manos le temblaban y su pecho no podía soportar el flujo incontrolado de dolor que vertía a cada latido. Aun miraba las puertas cuando una mano amiga la sorprendió. Con urgencia la ayudó a avanzar. La arrastraba y le vomitaba palabras inconexas para sus oídos. En ellos aun le escuchaba despedirse.

A medida que se alejaban de las puertas, vio como los borrones que la rodeaban se convertían en paredes secas y afiladas. A cada paso se le clavaban más y más en la piel. El ritmo frenético que le obligaban a llevar provocaba que cayera constantemente pero siempre la levantaban y la apremiaban a darse prisa, a continuar.

Casi sin darse cuenta, dejaron atrás las cuevas para pasar casi de golpe a un claro. Este se encontraba en mitad de un frondoso bosque. Los pinos eran tan altos que casi tocaban el cielo, el viento soplaba fuerte y frio. Todos se miraban y veían la sangre de sus heridas, tanto las físicas como las del corazón. La luna o los pocos rayos que llegaban de ella hacían de guía a la hora de continuar.

Escaparon, estaban en un nuevo hogar.

- ¿Cómo te encuentras?

- Pues, entre el estrés y la luna llena creo, que ha llegado el momento.

- ¿Qué? ¿Qué luna llena? ¿Ahora?

- Pues ¡¡¡¡AAYY!!!! Creo -inhalación- que- exhalación- sí. Eso acaba de ser una contracción.

- ¿Qué? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Cómo vas? ¿Cómo vamos? Pe...pe...pero.

- Escúchame- no se encontraba bien, algo iba mal, un corazón roto era mucho dolor, pero lo que sentía no estaba bien.

- No puede ser- Se había levantado y caminaba de un lado a otro sin parar.

- ¡Por favor! Siéntate y escúchame- Él obedeció al instante- Ayúdame a recostarme. ¡Ay!

- ¿Ay? ¿Qué? ¿Qué? ¿QUÉ?

- He roto aguas.

El pánico se reflejaba en sus ojos abiertos como los de un búho, pero respiró profundamente y habló con calma.

- En el caso de que no me den las fuerzas, sabes lo que tienes que hacer.

Puso en las manos de su mejor amigo una daga y lo miró sin dar pie a dudas.

- Cuídala, ayúdala a vivir, a ser buena persona, a sobrellevar todo lo que le está por llegar. Eres la única familia que tendrá.

- No sigas, no va a hacer falta, tú la cuidarás. Pero venga, dime qué hago y otra pregunta, ¿Cómo sabes que es ella?

- Lo sé desde el primer día.

Ambos se prepararon para traer al mundo una vida.

Durante horas el claro se llenó de nervios, miedo, dolor, lágrimas, sangre, esperanza alegría y llantos de un bebé llegado antes de tiempo.

La madre estaba exhausta, pero podía ver con gratitud como en el lugar del padre de la pequeña se encontraba su mejor amigo. Veía la delicadeza con que la sujetaba, la ferocidad de sus ojos al querer protegerla y el amor que le provocaba tenerla entre sus brazos. La pequeña estaba envuelta en una chaqueta oscura que acentuaba su piel pálida, no paraba de llorar, ambos se miraron y rieron al ver que la pequeña sería una luchadora.

- No sé cómo lo sabías, pero, es una niña, una preciosa niña.

Le paso con delicadeza a la pequeña, y ella, la apretó contra su pecho, su pequeño rayo de luz de luna. Lloraba de alegría y no podía dejar de sonreír.

- Luna, se llamará Luna. Le dirás que su nombre se lo puso su madre, que el día en que perdió al amor de su vida, encontró otro mayor en ella. Le dirás que fue deseada y que como ella no ha habido otra en años. Dile que es especial, díselo una y otra vez, dile que la quisimos desde el primer día y que la querremos siempre.

- Se lo dirás tu misma, tú la veras crecer y tú le dirás lo mucho que la quieres.

Ni él se creía lo que decía ya que había perdido mucha sangre, su piel estaba pálida, las ojeras se le marcaban cada vez más, la vida se le escabullía entre los dedos a cada momento.

- Cógela, coge a la pequeña Luna, en mi mochila encontraras todo lo necesario, ahí están los  papeles de adopción, solo tienes que firmarlos y todo estará listo- su voz sonaba cada vez más débil- hay algunas cosas más.

- No puedo yo... no puedo...- la voz se le quebró.

- Sh, escúchame- respiró y se mojó los labios- no lo sabes, que me anticipo a todo, que soy precavida- le agarro el brazo con todas sus fuerzas, para él fue un sutil roce- Cuídala y quiérela por nosotros, cuídala Miguel.

- Tranquila, sh, tranquila Sandra, lo haré.

La abrazó hasta el último momento, hasta su último suspiro, hasta el último beso que le dio a su pequeña y hasta que la luz se fue de sus ojos.

Luego Miguel lloró.

LunaWhere stories live. Discover now