Capítulo 12: Navidad

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La nieve cae por todos lados, me inclino hasta una gaveta escondida bajo la meseta y tomo mis preciados chocolates.

No hay nada mejor que esto.

Observo a través del cristal de la ventana de la cocina la nieve. Hace dos días se avisó de que se han detenido las grabaciones hasta enero gracias al clima, ni siquiera podemos movernos de aquí culpa de que las calles están cerradas por seguridad.

Estoy a punto de morder mi barra de chocolate cuando escucho pequeños pasos desbocados y veo una pequeña pelusa castaña que ha bajado las escaleras corriendo y se ha detenido frente a mí.

Sus ojos oscuros siguen inquietándome.

Extiende una mano hacia mí, con la palma hacia arriba.

— Dame —dice y frunzo el ceño, pronto entiendo que se refiere al chocolate.

— Enana, dile a tu mami que te dé, ella tiene —Me quejo.

— No soy enana —coloca sus manos en su cintura, tiene una fuerte actitud.

— Vale, no eres enana, pero no te voy a dar.

Me llevo el chocolate a la boca para pegarle una mordida y casi me atraganto con mi propia saliva.

< ¿Pero qué...? >

Puedo notar como el iris de sus ojos oscuros se dilatan, haciéndose más grande, hace un puchero y trago en seco.

< Heredó los ojos de Bambi de su madre. >

Su rostro hace que baje la guardia y suspiro cansado.

— Hagamos algo, te doy la mitad y yo me como la otra —negocié.

Ella frunce su ceño dejando atrás sus ojos tristes y me saca la lengua.

— No, lo quiero todo —demanda, golpeando con un pie el suelo.

< Pero qué mandona salió. >

— No, todo no, ¿en la escuela no te enseñan a compartir? —regaño.

La pequeña suspira y asiente con la cabeza.

— Dame tu mano —pide señalando la que no tiene mi tesoro y la observo con desconfianza, ella sonríe dando saltitos—. Te enseñaré un truco de magia, mami me lo enseñó.

Sin mucha confianza le doy mi mano, sus pequeños dedos acarician mi muñeca, luego mis dedos, sujeta mi meñique cuando de repente lo tuerce, provocando un grito de mi parte.

— ¿Me vas a dar mi chocolate? —pregunta con una sonrisa angelical.

— ¡Toma! —exclamo dándole la chuchería y ella me suelta.

< Mi pobre dedito. > Pienso y frunzo el ceño cuando veo a la diablita dar saltitos comiendo mi chocolate hasta la puerta de la cocina.

MI CHOCOLATE.

Se voltea y entrecierra sus ojos hacia mí.

— Nunca te interpongas entre el chocolate y yo —hace la seña de "te vigilo" y sale del campo de vista.

En ese momento veo entrar a Alexa y se sorprende al verme, luego voltea viendo por donde había venido y vuelve a observarme solo para carcajearse.

— Te ha quitado el chocolate —Se burla.

Ruedo los ojos.

— Tiene tu mismo carácter del demonio —mascullo.

Ella pone los ojos en blanco y entreabre los labios, para responderme, sin embargo no dice nada y solo se dirige a los estantes.

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