Introduccion

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Mi nombre es Matilde Campbell, tengo 18 años y vivo en North Carolina.
Hasta hace unas horas vivía en una gran casa a las afueras de la ciudad junto con mis padres, abogados altamente reconocidos.
Mi madre, Nora Campbell, tiene 49 años; en cambio mi padre, Marco Campbell, tiene 51 años. Ambos son similares, estrictos, fríos, tercos, materialistas y muchos más adjetivos bastantes negativos.
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El día anterior

- Matilde! - gritó mi madre notablemente furiosa mientras entraba a la casa - Ven ya!

- Mierda - susurré.

Salí de la habitación y bajé lo más rápido que pude las escaleras. Mis manos sudaban y no podía parar de temblar.

- Te hemos dado todo, y así nos pagas! - dijo mi padre, parado junto a mamá junto al sofá.

- ¿De qué hablan?

- Acabamos de venir de una charla con la directora, ¿cómo puede ser que estabas fumando en la puerta de la institución? Y no sólo ayer, ¡sino que hace días! - mi padre habló con tal seriedad que temía lo peor, tanto mamá como papá odian la marihuana, mucho más si es un adolescente fumándolo y ese adolescente sería yo.

- Perdonen, de verdad. Solo estos días estuve probando pero ya no volveré a fumar, es promesa. - respondí segura.

- Oh no, ¡claro que no volverás a fumar! - exclamó mi progenitora - Porque a partir de mañana, estarás encerrada.

- ¿Qué? - no entendí, de verdad, en el momento no entendí. Supuse que sería una simple amenaza como las tantas que me dan cada día cuando opino distinto a ellos. Pero me equivoqué.

- Ve a aprontar las maletas. Mañana te vas a un internado en la costa del Estado. Estás de suerte, con el programa que ellos tienen, el año escolar no comienza hasta dentro de tres días, así que tendrás tiempo de conocer el lugar. - Mi padre terminó de decir esas palabras, casi en un grito y con cierta ironía en su voz. Pero yo no lo podía creer, esto debería ser broma.

- ¿¡Que carajos!? Yo no pienso ir a ningún lado, ¡no me jodan! - Contesté, y fue cuestión de segundos para sentir una mano en mi mejilla y un leve ardor a continuación.

- No vuelvas a faltarnos el respeto de esa manera, sube a tu habitación y comienza con las maletas, te vas o te vas, no hay de otra.

Los miré con odio, y regresé a mi habitación. Quería llorar, pero no me lo puedo permitir. Jamás me permitiría soltar una sola lágrima por ellos, jamás.
Comencé con las maletas y llamé a mi grupo de amigos, les dije que ya no iba a concurrir al instituto y que probablemente no los volvería a ver hasta el próximo año (si tengo suerte).

Mis amigos, comenzaron a hacer preguntas, las cuales evadí. Me avergonzaba de mis padres, siempre lo hice, y no quería introducirlos tanto en mi desgracia.

Cuando nadie ve Where stories live. Discover now