Capítulo 5: Tres días

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Menos mal que esa mañana me tocó salir en aquella caza que lideró Austin.

Necesitaba despejarme y dejar de pensar en ese maldito sueño que se repetía por lo menos tres veces cada mes. Siempre la misma voz, siempre la misma oscuridad... Y la misma voz femenina cantando esa canción.

Era un sueño donde escuchaba a alguien llamándome desesperadamente, y se había repetido tantas veces que incluso podía percibir el miedo en su voz. Siempre me daba la necesidad de despertar inmediatamente pero nunca podía, hasta que por fin lo hacía y me levantaba con el corazón demasiado acelerado y empapada en sudor.

Cualquiera diría que es uno de esos sueños repetitivos y que a todo el mundo le puede pasar, pero a mí me asustaba... Han habido ocasiones en las que me he despertado y me he encontrado con que mi nariz sangraba ligeramente.

En otros tiempos mi padre me habría llevado inmediatamente al hospital para hacerme pruebas o algo por el estilo, pero ya no quedan ni hospitales que funcionen ni gente especializada en algo tan complejo.

Y si los hay, no están en nuestro campamento.

—¡Mierda! Lo he perdido.

Austin perdiendo de vista a ese conejo me trajo a la realidad.

—Haces demasiado ruido. —le dije. —Mira, un cervatillo...

—Tendremos una buena cena si lo atrapamos. —habló Sam.

—Venga, señora silenciosa. Te toca. —me animó mi amigo.

Agarré su arco y coloqué una flecha, tensé la cuerda y apunté. El dedo meñique me acariciaba la barbilla y recordé la frase de mi padre.

No apuntes con la flecha, tus ojos son tu guía.

Celebramos con un abrazo cuando el animal cayó al suelo.

Me pasé la tarde durmiendo porque me tocaba guardia por la noche, y ahí me encontraba... Pateando piedrecillas rodeada de oscuridad, con la barriga llena gracias a esa flecha que le atravesó el corazón al pobre cervatillo.

De no ser por el fin del mundo sería vegetariana. No me enorgullecía matar animales, y mucho menos a lo que nació siendo humano y terminó muriendo como un monstruo verde lleno de hongos.

Hacer guardia te hace pensar mucho. Hasta que escuchas algo moverse entre las ramas y tu cuerpo se tensa.

—¿Te has perdido? —le hablé a la criatura que se acercaba lentamente.

Sus pasos eran torpes, emitía un sonido repugnante y los músculos de su cuerpo parecían tener espasmos todo el rato.

—No, no, atrás.

Arranqué a correr con mi daga en la mano y me lancé sobre él, clavándole el objeto punzante en la cabeza.

—Qué asco... —dije sacudiéndome el líquido que me salpicó. —Putos hongos...

Para ahorrar balas y no hacer ruido para no atraer a una horda, era mejor matarlos así. Aunque fuera asqueroso.

—Parece que te haya vomitado un caracol.

La voz de Alec me asustó. Acababa de salir de la muralla y se acercaba a mí sonriente.

—Muy gracioso. —le choqué el puño. —¿Ya han pasado cuatro horas?

—Sí, te diría la hora que es pero perdí mi reloj hace tiempo.

Me reí.

—Pues me voy. —me acerqué a la criatura. —Si matas a más, amontónalos cerca del muro. Mañana los quemaremos.

La paranoia de QuinnΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα