3 SHANNON

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Ayer no fue un gran día. El entierro de mi tío Raül me dejó con sentimientos encontrados. Sentí pena por mi madre, por supuesto que sí; verla así de rota, en brazos de mi padre, me ha entristecido mucho. Yo no quiero que ella sufra, pero no puedo evitar pensar que, al fin, mi tío ha conseguido lo que se merecía. Llámalo karma o sentido cósmico de la Justicia, pero obtuvo lo que había sembrado en la vida y acabó cómo tenía que acabar, ni más ni menos.

En realidad, no quiero seguir insistiendo en el tema de su muerte. Bastante daño me hizo mientras estuvo vivo como para que ahora siga ocupando mis pensamientos y manejando mi vida. Adeu.

Además, por suerte, tengo algo mucho más importante en lo que ocupar mi mente. No puedo evitar sonreír cuando pienso en el manuscrito que trajimos a casa Dan y yo porque algo me dice que, de alguna manera, nos va a cambiar la vida. No dejo de dar vueltas a lo que en él se dice; no paro de pensar en que quiero poner en práctica cada punto para que Dan se convierta en ese «macho alfa» que describe ahí; ese hombre capaz de crear una obra de arte perfecta y que yo sea su musa, la que lo inspire para

conseguirlo. Estoy decidida a hacer de él el mejor artista de todos los tiempos y, de la suya, una obra inmortal que perdure en este mundo de inmediatez, de usar y tirar.

Me parece que estos días atrás, Dan se ha sentido observado y no lo culpo porque, en realidad, es eso lo que he estado haciendo. Necesito saber si él es ese hombre que puede asumir el papel de líder, de macho alfa, si será capaz de crear belleza a partir de lo que yo le entregue. No hay nada que desee más que darme a él por entero para que componga la obra perfecta; la obra que todos admiren y envidien a partes iguales. La que cualquier artista querría crear. La que cualquier musa desearía inspirar.

El apartamento está en silencio. Dan ha tenido que salir, pero yo no tenía ganas de acompañarlo. Lo cierto es que prefería quedarme un rato a solas porque, mientras él está aquí, no puedo sacar las hojas del cuadernillo que escondí debajo del colchón y ardo en deseos de saber qué contienen.

Me levanto del sofá y, descalza y en silencio, me dirijo a la habitación. Los rayos del sol de la mañana entran sesgados por la ventana para bañar el dormitorio con una bonita luz dorada que me fascina. Sobre la colcha blanca de la cama parece flotar un arcoíris y, por un instante, siento que me encuentro en un rincón privado del Paraíso.

Desvío mi mirada a la almohada, con un punto de preocupación al pensar que Dan podría haber encontrado las páginas. No quiero que las lea. Tampoco quiero darle explicaciones de por qué están ahí. Pero enseguida

me tranquilizo porque sé que, si las hubiese encontrado, me habría preguntado. O eso quiero creer.

Con calma, disfrutando aún de la espera, rodeo la cama, retiro el edredón que la cubre y levanto el colchón. Respiro tranquila cuando compruebo que siguen ahí, en el mismo lugar en donde yo las dejé.

Las tomo con cuidado, temo que se deshagan con el contacto de mis dedos. No tengo idea de cuántos años han transcurrido desde que este cuadernillo fue escrito, pero hace ya varias décadas, seguro. Me fascina pensar que mi idea de aspirar a ser una musa fue compartida por alguien en el pasado, alguien que perseguía el ideal de belleza que tengo en mi mente y que haría cualquier cosa para lograrlo, tal y como yo estoy decidida a hacer. ¿A cuántas mujeres les habrá cambiado la vida el manuscrito antes que a mí?

Con las hojas en las manos me tumbo en la cama. Tomo aire antes de disponerme a leer. Es como si tuviera que mantener a raya mi alocada cabeza para que se centre en lo que estoy a punto de descubrir.

Paseo los dedos por el rótulo de la primera página. «Solo para la musa alfa», reza. Retengo el aliento. Deseo ser esa musa alfa más que nada en mi vida y voy a poner todo el empeño en que así sea.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now