18 SHANNON

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Enfundada en el albornoz cortesía del hotel, echo un vistazo a mi alrededor. La habitación que nos han proporcionado es amplia y muy confortable. Tiene cierto aire retro que me gusta mucho, con una gran cama de madera oscura en el centro y apliques de plata por doquier. Al pie de esta, unos espejos gigantescos me devuelven mi reflejo.

Fuera, el cielo se está oscureciendo; la luz de la pequeña avenida en la que está enclavado el establecimiento entra por los ventanales altos, que llegan desde el suelo hasta el techo. Me acerco a ellos y miro hacia el exterior sin fijar mi vista en nada en concreto.

Pienso en la exposición, sucesora de aquella que organizamos el año pasado en Londres, esa que Dan tituló Pequeño búho en mi honor. La que va a tener lugar hoy es algo bien distinto. El concepto es completamente diferente y novedoso y tal vez por eso ha atraído la atención de un selecto público entendido. Veintiuna entradas son las únicas que se han puesto a la venta, múltiplo de siete, el número que obsesiona a Dan. Desaparecieron en apenas unos minutos. Entre el pago por el acceso y la subasta, Dan puede acabar la noche millonario.

Oigo la puerta abrirse y unos pasos que se acercan a mí, amortiguados por la alfombra que cubre un suelo de mármol de Carrara. Dan regresa de la habitación de las modelos, con las que ha permanecido encerrado de forma intermitente las últimas veinticuatro horas. Enseguida, sus brazos me rodean la cintura y me atrae hacia su cuerpo.

—¿Cómo estás? —me pregunta con un susurro muy cerca de mi oreja. Su aliento me estremece.

—Bien. Un poco nerviosa. ¿Y tú?

Él se separa de mí y me obliga a girarme para enfrentarlo.

—Nervioso también. No sé si me he pasado con la apuesta.

—No, no lo has hecho —aseguro, convencida y orgullosa—. Confío en ti por completo. Todo va a salir muy bien; este trabajo es tu consagración, nadie se ha atrevido a hacer lo que tú has ideado...

El rictus de Dan es serio; no hay asomo de esa sonrisa burlona que a veces despliega frente a propios y extraños y que le sirve de coraza ante el mundo. Parece preocupado y algo alterado. Lleva días sin apenas comer y su sueño también se ha visto trastornado. Muchas noches he notado que se desvelaba cuando aún estaba oscuro, y lo he encontrado a la mañana siguiente durmiendo en el sofá junto con pinceles manchados y papeles embadurnados desperdigados por el suelo. En algunas ocasiones me he arrepentido de haberle quitado la idea de hacer una exposición con las fotografías, de empujarlo a dar un paso más. Pero el santo grial de la musa lo dice, tengo que sacar lo mejor de él, y sabía, y sé, que Dan tiene mucho más que dar al mundo.

Le doy un beso en los labios; uno muy suave, apenas un roce, que él recibe antes de devolverme uno similar.

—Luego, cuando todo esto acabe, cuando terminemos con la exposición, me gustaría hacerte la última foto.

—¿Aún quedaba alguna más? —pregunto sorprendida por su petición.

—Sí. Una más. Siete es el número perfecto para la colección. Es considerado un número sagrado y místico. Es el número de la trascendencia y yo pretendo que estas fotos trasciendan mi recuerdo y mi existencia.

Sus palabras, aunque repetidas, suenan ominosas, incluso algo lúgubres, y me dejan un extraño pellizco en la boca del estómago.

—Está bien. Una foto más. Cuando acabemos —prometo. Le acaricio la mejilla y él cierra los ojos ante mi roce y busca mi mano.

—Gracias, Shannon. No hay nadie como tú. Y nunca lo habrá.

Me obligo a sonreírle. No sé qué es, ¿un presentimiento?, pero una especie de nube oscura parece estar situándose sobre nuestras cabezas.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now