15 SHANNON

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Me he quedado sola y entiendo esta soledad como una bocanada de aire que necesitaba. Dan ha pasado todo el día nervioso porque unos conocidos le habían conseguido invitación para una clase magistral que impartía la pintora Lee Jung. Cuando está nervioso se pone irascible y yo siento que perdemos esa conexión tan especial que siempre tenemos, como si una fuerza extraña nos alejara al uno del otro.

Sé que tardará en regresar, que estos encuentros entre artistas siempre se prolongan hasta altas horas de la madrugada. Tendré suerte si lo veo aparecer por casa antes de irme a dormir.

Mi estómago ruge, impertinente, y dirijo la vista hacia la cocina. Aunque no tengo ganas de preparar nada para la cena, no quiero quedarme en ayunas, así que, durante un momento, considero pedir algo online y comerlo delante de la tele mientras veo alguna serie; pero tampoco me apetece ese plan.

Sin pensarlo mucho, me levanto y me encamino al dormitorio. Saco del armario un par de pantalones y una blusa con la que formar un conjunto. Voy a cenar fuera.

El sitio que he elegido está cerca de casa, a apenas dos calles, y tiene una oferta amplia y muy apetecible. Llego dando un paseo y compruebo que el local no está demasiado lleno; incluso puedo conseguir una mesa junto a la ventana. La camarera me acomoda, dejo a un lado mi abrigo y me tiende la carta. Le pido una cerveza y un poco más de tiempo para decidirme entre tantas exquisiteces.

Una vez que me he decantado por una ensalada de queso y un buen foié, echo un vistazo a mi alrededor. El ambiente es tranquilo y los comensales de las demás mesas parecen estar disfrutando tanto del ambiente como de la comida.

No son muchas las ocasiones en las que me permito estos momentos de intimidad; de estar a solas conmigo misma, de escuchar lo que tenga que decirme sin tener que prestar atención a quien está a mi alrededor. ¿Es un momento egoísta? Puede, o puede que no. Para mí es importante y con eso basta.

No tardan mucho en servirme. La ensalada tiene un aspecto delicioso, algo que corroboro en cuanto la pruebo. Al igual que lo está el foié que unto en uno de los panecillos. Pido una copa de buen vino para acompañar mi cena.

Un suave toque contra el cristal que está a mi derecha me hace dar un bote en la silla. Levanto la cabeza y veo la figura del inspector Tugler al otro lado de la ventana.

Sin pretenderlo, ni esperarlo, mi corazón cambia el ritmo de su latido por uno mucho más rápido. Al instante me siento culpable porque este hombre, que me observa desde el otro lado con intensidad, no debería provocarme este desasosiego.

El inspector señala hacia la mesa y yo, en un acto reflejo, miro hacia mi plato antes de volver a levantar la cabeza. Él insiste con su gesto y al fin entiendo lo que quiere decir cuando eleva un poco la barbilla. Un segundo después, lo veo apartarse.

Tomo un largo sorbo de vino mientras lo sigo con la mirada y, como esperaba, entra en el local para dirigirse directamente hasta donde me encuentro.

Leo llega hasta mí y se detiene a poco más de un metro. No voy a ocultar que no he podido respirar durante el tiempo que ha tardado en cruzar el espacio que separa la entrada de mi mesa. Desde mi posición me parece aún más alto de lo que es. Con un gesto cortés y algo trasnochado, inclina la cabeza ante mí a modo de saludo.

—Señorita Merchán.

—Inspector Tugler.

Él mira a su alrededor y vuelve a recalar en mí sus ojos.

—¿Puedo sentarme?

Sopeso su petición unos instantes, tratando de que él no suponga cuál va a ser mi respuesta. Pero quiero que se quede, de modo que accedo con un sutil cabeceo.

La Musa de FibonacciWhere stories live. Discover now