5 SHANNON

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—Buenos días, princesa.

La aparición de Dan me hace dar un respingo involuntario. Estoy leyendo tumbada en el sofá.

—No te he oído llegar. —Lo sigo con la mirada y mi sonrisa se hace aún más amplia—. ¿No tengo mi beso de buenos días? —ronroneo para captar su atención a la vez que compongo un mohín que parece divertirlo.

—Claro que sí.

Dejo que me bese a su antojo. Y mientras lo hace, y sin que se dé cuenta, escondo dentro del libro que tengo ante mí el cuadernillo que desprendí del manuscrito que nos trajimos de la librería de Francisco; ese que es solo para la musa alfa. En cuanto lo tengo a buen recaudo, le rodeo el cuello con los brazos y lo atraigo hacia mí para ahondar ese beso que yo también deseo.

Dan me responde como solo él sabe hacerlo: con pasión y desesperación. Poco importa que la madrugada nos encontrara fundidos en uno solo, compartiendo esa intensidad y entrega que nos desborda y que nos hace buscarnos como si nos necesitáramos para seguir respirando. Puede que un día este deseo desatado termine pasándonos factura, pero, por ahora, prefiero vivir la vida así, con entusiasmo, como si cada día fuera el último que vamos a pasar sobre la Tierra.

Aunque a regañadientes, deshacemos el beso. Veo en sus ojos una luz que me atrae sin remedio, esa en la cual quiero perderme y que anhelo que sea la que ilumine mi vida para siempre.

—Estaría todo el día besándote —me dice a unos centímetros de mí con voz ronca, en parte a causa de la lujuria que exuda y en parte por estar recién levantado.

—Nada te lo impide —comento juguetona.

Sin embargo, él se separa de mí, rodea la mesa, toma una taza y se sirve café, que aún sigue caliente. Apoya la cadera en la encimera de la cocina y, de manera indolente, cruza una pierna delante de la otra. Está desnudo de cintura para arriba y los músculos de los brazos se le adivinan en cada movimiento que ejecuta, aunque sea al hacer algo tan insustancial como llevar la taza a los labios. Dan es la personificación de la masculinidad y yo adoro tenerlo todo para mí.

—Hoy te has levantado pronto —me comenta entre sorbo y sorbo sin dejar de mirarme.

—Sí —asiento con energía—. He descubierto que me gusta hacer un poco de ejercicio antes de enfrentarme al día. —Señalo con la cabeza la esterilla que todavía reposa sobre el suelo de madera.

Algo distraído, Dan también asiente. Lo cierto es que estoy siguiendo a pies juntillas las recomendaciones que se muestran en el cuadernillo y que he leído varias veces durante los últimos días.

Esmérate en tu apariencia personal, pero hazlo con elegancia y buen gusto. Una belleza discreta y sin estridencia es admirable y preferible a otras más llamativas y exageradas. No solo tienes que cuidar tu cuerpo y tu imagen externa, sino también tu mente. Cultivar tu salud mental es primordial y debes dedicarle la atención que necesita. Potenciar ambos —mente y cuerpo—, entrelazarlos, convertirlos en uno, es el primer paso.

Siguiendo esos consejos he comenzado a hacer pilates y también sigo una rutina para cuidarme. Siempre me he encontrado satisfecha con mi cuerpo, no puedo estar más agradecida a la genética que he heredado, pero quiero tonificar mis músculos, sentirme fuerte, físicamente poderosa. Aunque sobre todo necesito percibir cada centímetro de mi piel, cada nervio, músculo, hueso o tendón, porque soy consciente de que todas y cada una de las partes que me componen son un milagro creado para la vida, para el placer. Mi finalidad es aunar cuerpo y mente fundiéndolos en uno porque no, no descuido el cuidado de mi interior...

Lo que me contó Dan sobre el número áureo y la ecuación para buscar la potencia en la belleza me ha absorbido estos últimos días. He indagado en Internet y me he empapado de ella; de cómo se planifican las obras de arte y cómo se calculan esas proporciones perfectas. He encontrado también una gran cantidad de pinturas famosas que han sido realizadas bajo la proporción del rectángulo de oro. Decir que me fascina es quedarme bastante corta.

La Musa de FibonacciDonde viven las historias. Descúbrelo ahora