𝟞. Pequeño Eddie

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—Mi cabeza...— la luz que entraba por una ventana, un brazo sobre mí y un fuerte dolor en todo el cuerpo terminaron por despertarme —¿Dónde... estoy?— no era mi habitación, era un cuarto de hotel y parado a un lado estaba Nathan poniéndose los pantalones. Di un vistazo al reloj en la mesita que estaba justo al lado de la cama, marcaba las 8 a.m. —¡Estoy muertisima!

—¿Por qué eres tan ruidosa tan temprano?— Nathan se tapó los oídos cuando grite y después siguió vistiéndose.

—¿Te vas?— le pregunté.

—Claro, no puedo estar toda la vida metido aquí— sentía una especia de molestia, no es que quisiera que específicamente él se quedara, pero estaba acostumbrada a despertar y tener toda la atención, la atención de Steve, que me despertara con mimos. Nathan sacaba tres billetes de cien que me tiraba a la cama —. Voy a dar una vuelta por el pueblo y cuando regrese no te quiero aquí— ¿cómo pasó de ser alguien mínimamente cordial la noche de ayer a ser un tipo supercortante e indiferente?

—¿Y esto?— tomaba los billetes que habían caído sobre las sábanas.

—A las prostitutas se les paga, ¿no es así? ¿O cómo lo hacen en Hawkins?— me dedicaba una sonrisa burlona antes de irse.

—¡Pero yo no soy ninguna prost-!— cerraba la puerta en mi cara, deslizaba mi cuerpo desnudo contra la pared hasta estar sentada en el suelo, abrazaba mis piernas, pegándolas lo más que podía contra mi pecho, las ganas de llorar me invadían —¿Qué he hecho?— estuve varios minutos sentada, me sentía sucia y mal conmigo misma, «Traicioné a Steve», fue lo que una parte de mi mente dijo, la parte más sentimental; «¿Traicionar? Si no son nada», le respondía la parte sensata.

Sabía que debía salir de ahí lo más rápido posible, cogía mi ropa esparcida por toda la habitación y cuando tomaba mis bragas, que estaban sobre la cama, volvía a observar esos billetes, antes había visto un encendedor —¿Dónde... dónde... dónde....?— daba vueltas buscándolo —¡Bingo!— lo encontraba debajo de una revista.

Ahora solo agarraba un plato de los que pone el hotel y depositaba los trescientos dólares, prendiéndoles fuego inmediatamente, las llamas aumentaban en cuestión de segundos y ese color verde del papel desaparecía para convertirse en cenizas. Alguien toco la puerta y entraba sin esperar tan siquiera que le dejara pasar, era la señora de la limpieza que se quedó de piedra al verme, normal, no todos los días ves a alguien desnudo que está quemando algo en un hotel —¡Disculpe señorita, pensaba que no había nadie!— jalaba su carrito de la limpieza para poder salir —El huésped de este cuarto dejó el cartoncillo de la puerta indicando que hiciéramos el aseo, pero regresaré más tarde.

—No, no, ya estaba por irme, solo me visto y me largo de aquí— la señora asentía y por respeto, o por lástima, se retiraba para que pudiera cambiarme. Abría el armario, Nathan tenía un look básico, agarraba una camiseta de color granate con un estampado de un sol sonriente y unos jeans, todo me quedaba gigante, pero era mejor que nada; me vestía a la velocidad de un rayo e iba al baño para ver mi rostro, era una catástrofe, todo mi maquillaje estaba corrido y mi cabello completamente enmarañado; con mis dedos intentaba arreglar un poco de mi peinado y lavaba mi cara con agua y un poco de jabón. Seguía viéndome fatal, mas era lo mejor que pude hacer. Salía de esa habitación de hotel apresurada, debía llegar antes de que mi madre hiciera su ritual de llevarnos el desayuno a Evie y a mí —¡EVIE!— maldita sea, no tengo ni idea de donde se había metido, quisiera pensar que estaba segura, pero Samuel parecía alguien poco confiable.

Tarde un poco en identificar dónde exactamente me encontraba, la gente me veía de manera extraña y no era para menos, traía una ropa que para nada encajaba conmigo, mi cabello seguía siendo un desastre, mi cara estaba demacrada y caminaba descalza con los tacones en la mano. "¿A las prostitutas se les paga, ¿no es así?", aunque quisiera esconderlo, el comentario de Nathan había calado; yo no era ninguna prostituta, simplemente caí con él por error y por despecho, por saber qué mientras yo me acostaba con un completo idiota, Nancy podía disponer de un momento increíble con el chico que deseaba —¿Palm?— una vieja camioneta estacionaba a mi lado, era Eddie Munson, ¿por qué me topaba tanto con él? —Con que una noche algo movida, ¿eh?

𝐄𝐍𝐂𝐀𝐃𝐄𝐍𝐀𝐃𝐎𝐒 || 𝗘𝗱𝗱𝗶𝗲 𝗠𝘂𝗻𝘀𝗼𝗻  (+𝟭𝟴)Where stories live. Discover now