🌌CAPÍTULO 2🌌

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Tan apurada iba que me puse un par de calcetines diferentes. ¡Iba a llegar tarde a mi primer día de universidad!
Bajé las escaleras como un rayo y llegué a la cocina para ver a mamá preparando el desayuno. Su cabello castaño estaba recogido en un moño y sus ojos marrones clavados en lo que hacía. Mi madre era una ama de casa, una de esas muy estrictas con absolutamente todo. También noté la presencia de papá, que con su ceño fruncido leía el periódico. ¿Quién hace eso hoy en día? Solo mi padre, un cuarentón que se conservaba bien pero su cabello azabache ya hacía notorias algunas canas. Él era de esos que cuando los miras piensas que te odian por su mala cara, pero en realidad es un encanto de persona.

—¿El primer día y ya vas tarde, Kaela?

La vocesita de mi hermana menor me hizo voltear. Aunque estaba muy apurada siempre tenía tiempo para apretujar sus cachetotes como en ese instante hice.

—Ay, mi enana —realmente cuando la veía estaba de buenas. Incluso olvidaba lo de la noche pasada.

Uy... al recordarlo tuve que arrugar la nariz e intentar olvidarlo una vez más. Vaya que no sería fácil olvidar a Ethan. ¡Qué desperdicio de tiempo!

La pequeña azabache de ojos como túneles me sonrió y me apartó para sentarse en la mesa —literalmente encima de ella— a comer una manzana. Ya iba vestida con su uniforme azul para comenzar la secundaria en la ciudad. ¡Se veía tan chula y aún con su tamañazo la veía tan pequeña!

—¡Vas tarde, Kaela! —me recordó mi madre al notar mi existencia. Me lanzó el desayuno en una lonchera y la atrapé en el aire—. ¡Corre, cariño, corre como si tuvieras al tal Damon Salvatore ese delante!

Quise reírme, pero mi ánimo tampoco era el mejor. Con mi hermana subía, claro, solo que ya fuera de ella seguía siendo partícipe de la mala suerte.

Me despedí de todos con un beso, aparentando verme animada porque no le había comentado a nadie que ahora estaba soltera. Fui pensando en eso todo el camino a la preparatoria que, por cierto, quedaba lejitos de mi nueva casa. Para mi horrible suerte, mamá no me podía llevar en el auto en las mañanas, pero ya en la tardes me podía buscar.

Pasé de pensar en Ethan —no lo sacaba de mi mente— a contemplar los grupos de alumnos. ¿Era mi idea o todos se veían más altos que yo? Sí, yo era bajita, ¡pero tampoco para tanto!
Murmullos y griteríos era lo único que se escuchaba. En mi mano traía un papel que me supuestamente decía dónde era mi salón y mi casillero, pero la letra de mi padre era tan confusa como la de un doctor. ¿Será porque era neurocirujano? Tal vez.

Entre lo que volteaba la hoja y la giraba en toda dirección haciendo un esfuerzo por entender la letra, tropecé con el pecho de alguien. Subí mi mirada.

—Lo siento —murmuré y seguí mirando mi hojita como si ese chico no existiera.

El chico no se apartó, al contrario, se inclinó hacia delante para intentar ver la hoja. Yo me le quedé mirando y me sonrió. Tenía una sonrisa cautivadora y unas cuantas pecas regadas por el rostro que sólo lo hacían más atractivo. Tenía cabello rubio y radiante como oro y ojos verdes como esmeralda.

—¿Eres nueva?

Quería bufar, pero el mundo no tenía culpa de que a la única que le quisiera hablar fuese a mi hermana. Preferí extender la hoja para mostrársela y contestar:

—Sí. ¿Dónde queda éste salón?

El chico me llevó hasta un salón y enseguida me aprendí el camino. Esa aula llena de personas que no eran de mi incumbencia, ahora sería como mi segundo hogar. Qué asco. Yo odiaba la escuela. Prefería tomar tiempo para leer romance o escuchar Imagine Dragos, ¡o leer mientras escuchaba Imagine Dragos! Uf, qué buenos planes yo tenía.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now